su existencia, siempre listas para envolverlo y darle seguridad. Ladeó la cabeza, una sonrisa escalofriante se dibujó en su rostro deforme. Contemplaba a
fuerte, como el diamante recién encontrado, como el aire derribando todo en un tornado. Era una campesina flacucha
abían cuándo tender una telera de pan y cuándo brindar una mano. También trabajaba en la granja familiar, donde se dedicaba a ordeñar vacas y a limpiar sus ja
turaba. Podía verlo aunque fuera un misterio para los ojos de cualquier humano común, era el autor de su
os por el demonio; pero que para Anne se sentían reales. Los piquetes perforaron su epidermis, uno tras otro sin c
a sido ayer. Nunca regresó la llave, la llevaba tatuada en el fondo de su pecho, seguía siendo el guardián de los seres infernales, de esos espíritus que buscaban venganza, de esas cria
.
huyendo de algo y no debía detenerse. Cuerpos con túnicas negras se escondían detrás de los arbustos, entre los troncos,
lumbró los insectos, muchas patas ascendían por sus piernas, hormigas caminaban por sus brazos y se in
nca pasaba. Al despertar, Anne profirió un grito que retumbó en su bóveda craneal, sus cuerdas vocales se desgarraron. Desde que era chiquilla había tenido pesadillas que helaban su sangre,la señora Finzley la había llevado muchas veces con la br
su localización en medio de la penumbra; pero desconocía po
y llevado a un lugar seguro? Hiperventi
a tocó una estructura dura; una pared, seguramente. Refugió la mitad de
r salido del establo después de hacer sus labores diarias, caminar hacia su casa con una cubeta llena de leche para ayudar a su madre a
e fuera, le
tiró hacia abajo. Varias veces ocurrió lo mismo, algo la empujaba,
on la misma cuestión. No consiguió respuesta, pero por algún motivo se sentía observada, su sexto senti
vantar sus poros, como si alguien estuviera rondando a su alrededor, acorralándola. Respiraciones que quiso creer que eran suyas se adentraban en sus oídos,
ahí -murmuró y relam
se acercaban a lo que de verdad estaba pasando. Se recostó en posición fetal y abrazó sus piernas, pues no
tómago rugía y su lengua suplicaba por un poco de agua; pero no podía siquiera levantarse. Por más que gritaba, su timbre no salía lo suficientemente alto y le dolía apen
.
los segundos. Su boca estaba amoratada, emitía sollozos y gemidos de dolor, tenía ojeras y un hilillo de sangre e
dido descubrir. Era una casilla de tablones de madera, ella hubiera jurado que estaba en una especie d
ierra para luego esconderse. Jadeó cuando unos zapatos viejos y gastados aparecieron en su campo de visió
agó saliva con nerviosismo y corrió la vista, deseaba q
n, era demasiado para asimilar. El calzado pertenecía a un hombre que se encontraba sentado justo frente a ella, cuya barba le llegaba a la alt
l. ¿Acaso Dabry la había llevado ahí para luego suicidarse? Nada tenía
dable. ¿Ese sería su destino? ¿Quién la odi
enta del pestañeo que dieron los párpados del cadáver conocido y d