Lo odiaba. Odiaba la situación desesperada en la que me encontraba, la forma en que me veía obligada a considerar algo qu
e su muerte, los socios, supuestos amigos de confianza, se abalanzaron. Usaron mi desgracia, el escándalo de "ciberacoso", como palanca, afirmando que mi reputación había dañado la posición de la empresa. Compraron mis acciones
o a un tiburón. No podía permitirme ser quisquillosa. Ya no. Tenía que ser fue
l bajo pulsante de la música, el tintineo de las copas: era un ambiente familiar, una ilusión cuidadosamen
scara permanente de cinismo cansado, me encontró en
iste el correo -di
ndí, con l
erando. Último piso, suite
regó l
ida, dentro de lo razonable, lo complaces. Este no
lado vestido de un verde esmeralda profundo, con un escote de infarto y una abertura peligrosamente alta en
nas un susurro-. Esto... es
una mano por su cabello ru
Multimillonario. Excéntrico. Le gusta una cierta... estética. Y te pidió específicamente
a mirada si
che. Ese problema de millones de pesos en el que te m
naria fue como un balde de agua fría
, con voz plana-.
a un pequeño y e
Estás aquí únicamente para el entretenimiento y la comodidad del cliente. Es inofensivo, en su
sa y tranquilizadora q
ncantadora, atenta y asegúr
aferraba a cada curva, haciéndome sentir expuesta, vulnerable. No era yo. No la Eli que estudiaba ar
a respirar un poco más tranquila, saber que estaba un paso más cerca de sac
ómo la tela se sentía como una segunda piel. Brenda esperaba afuera
e, Eli. Ahora, vamos
silencioso, la anticipación creciendo en mi pecho. ¿Qué tipo de "peticiones poco convencionales" me esperaban?
ve jazz sonaba desde altavoces invisibles. La habitación estaba tenuemente iluminada, bañada en el cálido resplandor de lámparas estratégicamente
nces l
e en uno de los sofás, riendo y bebiendo champán, estaban dos de los amigos más cercanos de Sofía Valdés de la universidad, los mismos que habían testificado en mi contra, corroborando las mentiras de Sofía sobre el ciberacoso.
sto no era un trabaj

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