enos del exigente horario de los preparativos del proyecto de Tijuana. La naturaleza rigurosa del trabajo, el análisis interminable de datos, la planificación meticulosa, era una d
da, todavía dentro de la órbita de la oficina de la Ciudad de México, aunque mi presencia física se limitaba al alojamiento de
ocido. Se me encogió el estómago con un pavor familiar. Dejé que sonara. Unos momentos d
ilia parásita. Me
a que su visita no sería agradable. Nunca lo era. Cerré mi laptop, la pantalla r
madre, su rostro una máscara de agraviada preocupación, mi padre, su mandíbula apretada en una línea sombría. Y Arturo, desplomado contra un
teatral, se escuchó en todo el vestíbulo-. ¡Hemos estado tan
los brazos cruzados sobre el pecho, un
a baja, desprovista de cu
vantó la vista, sus
re fue rechazada esta mañana! ¡Y mamá no puede pagar su nuevo guardarropa para la gala de caridad!
-declaré, mi mirada firme-. Nunca lo fui.
lantó, su rostr
ita! ¡Está pasando por un momento difícil! ¡Y hemos
nsé que era lo que hacía una buena hija, una buena hermana. Pero a ustedes no les importo. Sol
un lado, el impacto repentino enviando estrellas danzando detrás de mis ojos. Tropecé hacia atrás, perdiendo el equilibrio, y caí con f
y horrorizados, solo amplificaron mi humillación. Yací allí por un momento, el frío mármol filtrándose en mis huesos, el sabor a sangre en mi boca. Me ardía la cara, me palpitaba el br
lor, sino por el espectáculo que estábamos creando-. ¡Esto es ver
d en jirones. Encontré la mirada furiosa de Arturo, mis p
ronca pero firme-. Nunca más. No
feo, salvaje. Levantó la mano de nuevo, s
e enseñaré
án. Apareció como de la nada, interponiéndose frente a mí, protegiéndome con su propio cuerpo. La mano de Arturo, de
staba aquí? ¿Por qué me estaba protegiendo? Una mezcla enredada de conf
is padres, también, parecían aterrorizados. Damián Sharpe. El hombre que ejercía un poder inmenso, el
, metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfo
su voz firme, autoritaria-. Y envíen a la policía.
re tar
por favor! ¡Es nuestra
íos e inquebrantables,
sión no provocada. Y acoso rep
sus súplicas, su mir
ías. Mis padres y Arturo, sus rostros ahora contorsionados por el miedo y las disc
omos tu familia! -La voz de mi madre, un lamento
esvanecieron en un zumbido sordo de fondo. Sus súplicas, sus acusaciones, ya no significaban nada para mí. Eran
avizándose ligeramente al ver mi rostro
preocupación desconocida-. Vamos a la clín
, entonces un estudiante de último año, un prodigio brillante que ya estaba causando sensación, una vez me vio acurrucada en un rincón, acosada por algunos estudiantes mayores. Se había interpuesto, silencioso y formidable, su mera presencia suficiente para hacerlos dispersarse. No me había dich
ía ayudado ahora. Mi corazón, una cosa terca y magullada, dolía c

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