a Mont
isos rebosantes. Mis padres siempre decían que tenía un espíritu de fuego, una voluntad propia. Lo
portaba que m
rián y a mí solos con nuestro dolor y el vasto imperio tecnológico que habían construido.
s del funeral, tr
, Valeria -había dicho, evitando m
uñeca de porcelana. Pero sus ojos, incluso en
ero en el momento en que él le daba la espalda, sus verdaderos colores salían a la luz. "Accidentalmente" derramaba café en mis libros de te
su fachada angeli
e la frustración que Kenia había plantado expertamente-. Ne
gastaba. Una noche, después de que Kenia hubiera calumniado deliberadamente mi nombre ante Adrián, culpándome de un error que ella había cometido en l
ulparte -había exigido, c
nrisa de suficiencia jugando en s
ella, lueg
por qué? ¿Po
rugó, una actuación perf
favor, es ta
silencioso comedor. Kenia retrocedió tambaleándose, agarrándose la mejilla, su fachada cuidadosamente constru
que se siente una bofetada de verdad. No vue
llozando incontrolablemente, rogá
rián era una má
iscúlpate con
pí, con el p
para golpearme. Era la primera vez que siq
ue mi corazón martilleaba contra mis costillas-. Pégam
ira reprimida, las venas de su cuello
io que nunca antes había visto. Luego se dio la vuelta, de espaldas a mí, y a
aseguraré de que pague
No podía entender lo que yo le haría si lo intentab
consolara. Ya me vengaría. Se arrepentiría de haberse puesto del lado d
ante, o tal vez cortarme la tarjeta de crédito por un

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