ítu
o, recordándole que la bala alojada en su costado no tenía intención de dejarlo llegar demasiado lejos. Este apretó los dientes, con sus nudillos blan
infierno que había dejado atrás: gritos, disparos, la voz
arlo. Dimitri no quería dejarlo, no quería escapar como un cobarde, pero Igor lo ha
quel último grito como un eco impos
estrecho, devorado por los árboles del bosque. No sabía en qué punto exacto del mapa estaba, pero eso ya no importaba. La sang
golpeando el volante. Sabía que no podía seguir conduciendo; estaba dejando un rastro de muerte tr
dole un poco la mente. Este guardó el arma bajo la chaqueta, cerró el coche con un movimien
mpezó a
ferentes, con sombras que se estiraban bajo la luna, y un silencio que lo envolvía todo. Solo el crujido de l
o. En ese momento juró que ninguno de ellos viviría para contarlo, pero las prome
ismo. Sus piernas se movían por pura voluntad, y cada vez que caía de rodillas, se obligab
tura emergió como un espejismo: muros de piedra, una torre con un
amarga, sin poder creer hasta d
sangre al suelo- Qué ironía ¿eh? El demonio b
las puertas de madera maciza. Lugar golpeó con el puño, fuerte al p
chirrido de los cerrojos. La puerta se abrió para él, dejando escapar una ráfaga de
os, grandes y expresivos, lo miraban con sorpresa y compasión. No era una de esas miradas temerosas que Dimitri
joven en un susurro, lle
eso su visión se nubló, y por un instante lo único que distinguió fue
endiendo las manos, dispuesta
pido, entre - trató de ayudarlo,
fue la suavidad de unos brazos delicados intentando sostener su peso y unos labios rezando una oración
aquí - dijo como último suspiro y

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