ta de Ximena
ngo hambre". Pasé a su lado, la pequeña tablilla conmemo
reguntó Sergio, co
más detalles. "Tengo algo que hacer". Salí por
de matrimonio" enmarcada que Sergio me había dado años atrás. L
la examinó cuidadosamente. La sostuvo en alto, escudriñando las fec
to no es un documento legal. Es... una pieza decorativa. N
gal. Todos esos años. Todas esas promesas. Todo, una actuación. Sentí u
un dolor familiar. Ocho años. Ocho años de mi vida. Mi juventud, mis sueños, mi identidad.
a, no era nada. Una tonta. Una marioneta bailando con hilos movidos por un maestro manip
o silencioso y desesperado. "No. No, no puede ser". Anhelaba que dijera que er
puerta, Brenda estaba allí, de pie junto a la chimenea, habl
os. "Justo me iba. Sergio y yo solo estábamos hablando de la ca
ojos se clavaron en los de ella. "No
e sentía pesado en mi mano, una broma cruel. "Esto. Este pe
boca, luego la cerró. Empezó a tartamudear. "
Mi visión se estrechó. El aire se enrareció. No podía respirar.
en el mejor de los casos. Una amante, por defini
te. Está bien. Podemos arreglar esto. Lo que qui
ras? ¿Creía que podía vendar una herida abierta con promesas vacías
. Durante ocho años, había vivido una doble vida. Durante ocho años, yo había sido un acces
rse cerca de casa. No podía estar lejos de "su negocio", de sus "obligaciones
rgia mortal como excusa. Como un boleto. Para poder jugar a la casita c
eso fue hace años. Fue un error. Ella no s
a una delicada taza de té de porcelana, resbaló. La
da, su prioridad clara. "Brenda, ¿estás bien? ¿Te cortaste?". Se arr
bía incrustado en mi tobillo. Un dolor agudo y punzante. La sangre brotó, una
nda, luego a Sergio, y luego de vuelta a mí. "Brenda, ¿estás herida?"
ilia. Y yo era la extrañ
ando el dolor. Me di la vuelta y salí de la casa. Me alejé de la porcela
la canción que Sergio me había cantado el día de nuestra "boda". La tarareé suavement
elta, finalmente notando la sangre en el suelo. "¡Ximena!". Corrió hacia la puerta, abriéndola de golpe. Pero yo ya no estaba. So

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