cho agitado, escuchando el caos amortiguado que subía de los jardines de abajo. No había arr
rados, casi serenos. Mi pulso, sin embargo, todavía latía como un tambor contra mis sienes. Me di la vuelta pa
a, tirando de mí hacia atrás. Alejandro. Su rostro era
z era un rugido estrangulado, a
i expresió
olo "sí". Sin explicación, sin excusa. Sol
ificó, sus dedos cl
hí agrediendo a la gente, Sofía! ¡Estás fue
scapando de mis labios-. ¿Por finalmente ob
ron, un brillo peligro
itas que te enseñen una lección. Una de verdad. -Ladró órdenes al teléfono, su voz tensa de rabia-. ¡Seguridad!
. Era una estructura masiva y ornamentada en el centro
os corpulentos guardias de seguridad aparecieron, sus rostro
por las elegantes escaleras de mármol, pasando junto a invitados horrorizados que se apartaban
detenerlo. N
dades heladas de la fuente. El impacto del agua fría me robó el aliento. Fue como ser sumergida e
, de salir, pero cada vez que alcanzaba el bo
e, resonó desde el borde de la fuente-. Te quedarás ah
ntes castañeteando, mi voz
Mi hermoso vestido rojo se pegaba a mí, pesado e implacable. Mis dientes castañeteaban incontrolablemente. Po
tuno. Miré hacia abajo, mi visión borrosa por el frío. Rojo. No el rojo de mi vestido, sino un
la mancha oscura que se ext
voz vacilante-. Ella... está s
. Sus ojos, sin embargo, parpadearon, una v
desprovista de cualquier calidez-. Qui
umecido por el frío, se hizo añicos en un millón de pedazos helados. La desesperación, espesa y sofocan
e hundía, el agua oscura cerrándose sobre mi cabeza. Lo último que vi antes de que la oscuridad me reclamar

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