vista d
nte a París, pero entendían la profundidad de mi dolor, aunque no conocieran toda la horrible verdad. Habían prometido encargarse de las solicitudes de transferencia a la École des B
eclamar lo
l otro lado de la calle, mi corazón latiendo a un ritmo frenético contra mis costillas. A las 7:58 AM, la puerta del vestíbulo se abrió, y allí estab
estaba d
". Se sentía como un hierro candente, quemando mi palma. La cerradura hizo clic, y abrí la puerta, entrando en el departamento que un
ue había usado para grabar nuestros momentos más vulnerables. No estaba
en coletas, y su sonrisa era amplia e inocente. Sus ojos, sin embargo, tenían un toque de algo frágil, algo delicado. Cristina. Esta era Cristina. La chica que, según él, mi padre casi
trar los videos, y necesitaba irme. Comencé a buscar frenéticamente, revolviendo cajones,
u librero. Adrián era metódico, preciso. Habría construido un compartimento oculto. Mis dedos buscaron a tientas, trazando el contorno. Un clic dé
arré. Mi mirada se posó en los discos duros. Tenía varios. ¿Cuántos "momentos íntimos" había gra
llos, pero sabía que no podía dejarlos aquí para que los usara. Mis ojos recorrieron la habitación,
dispuesto en una pequeña mesa en la esquina. De su abuelo, me había dicho. Su posesión más preciada. Era h
preciosos recuerdos. Mi mano alcanzó el caballo negro, su crin tallada afilada bajo mis dedos temblorosos. Lo levanté, si
Recogí otra pieza, luego otra, estrellándolas unas contra otras, contra la mesa, hasta que las intrincadas tallas se convirtieron en polvo y astillas. Mis mano
as corriendo por mi rostro. No era suficiente. Nunca sería suficiente para borra
e ajedrez. Grabé la destrucción, recorriendo lentamente el tablero astillado, las figuras ro
ta nuestra úl
La ciudad se extendía ante mí, indiferente y vasta. Lo estaba dejando todo atrás. El dolor, las menti
an pesados en mi bolso, un recordatorio constante de la violación. Me pregunté cuál sería la reacción de Adriá
sticas en una ciudad que amaba, mi familia. Mi familia, que había sido tan amable, tan comprensiva. No habían pedid
eva Al
lmones. Ya no había vuelta atrás. Mi pasado era un juego de ajedrez destrozado, y
ibró de nuevo. Un mensaje de un número desconocido. "
orazón latía con fuerza, pero esta vez, no era miedo. Era una fría de
a Ciudad de México, sentí una extraña mezcla de tristeza y feroz determinación. Miré hacia abajo a las luces de la ciudad que se encogían, cada una una pequeña brasa ardiente de un pasado que e
n pensamiento escalofriante pinchó los bordes d
en de su rostro vengativo, su sonrisa fría y
a mis pinceladas desafiantes. Pero incluso mientras soñaba con pintura y libert
o de un tipo diferente de juego. Un juego que no

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