Alejand
ra mostraba mi rostro. Pero no era mi rostro de hoy, sereno y controlado. Era mi rostro de ha
o como actriz -un papel crudo y desesperado que me había ganado el aplauso de la crítica y la atención de la industria- y lo habían mezclado a la
ros de clase de Bruno, la élite de la Ciudad de México, se congelaron con las copas de champá
ra Ponce. La actriz fracasada con la que Justino Garza se casó inexpli
o. Tenía la crueldad de Bruno y Bernardo escrita por todas partes, guiada por la mano precisa y mali
lip estaría por todo internet en minutos. Los titulares se escribirían solos. Los comentarios serían una
ue era una
tener a su marido. Pr
por algo. Qué d
, con una sonrisa de suficiencia y triunfo en su rostro. Bernardo, siempre el
Bernardo susurrando. "Espera y verás. Va a
rían el drama, la validación de que fi
iciencia rápida y brutal que usualmente reservaba para las adquisiciones hostiles. Le arrebató e
la se vol
gritó. No tenía por qué hacerlo. Caminó hacia ellos, los agarró a ambos del brazo con una fuerza que los hizo estremecerse, y los arrast
una terraza desierta, mis piernas temblando. El aire frío de la noche fue un sh
evaba. Ya casi no fumaba, pero esta noche, lo necesitaba. Lo encendí, la p
sucia y química que momentáneamente estab
crees que est
. Me arrebató el cigarrillo de los labios y lo ap
entímetros del mío. Su aliento olía a whisky ca
an llenos de condena. La misma mirada que me dio cuando
ara
arganta. Oh, la ironía era tan espesa que pod
errado en la bóveda más profunda
sa grieta en la base contractual de nuestro matrimonio. Durante dos años, me había permitido creer que él p
go se
a de verano de los Garza. Lo estaba viendo chapotear en la parte poco profunda de la alberca. Me di l
a mirar, no
Corrí alrededor de la alberca, mis ojos escaneando el agua azul cristalin
andalia azul flotando cerca d
il, su cabello extendido como un halo oscuro. Me zambullí, el
la reanimación cardiopulmonar, mis movimientos frenéticos, torpes. Soplé en su pequeña boca iner
z de Justino fue un rugido. Había esta
a él, un animal salvaje protegiendo a su
L
rano. La marca de su mano floreció
contorsionado por un dolor tan crudo que era a
e momento. El sol era tan brillante. Los pájaros seguían cantando.
strozado. "Por favor, Justino. Déjame llevarlo. Solo déjame tenerlo
mente me miró, sus ojos llenos de una acusaci
sentarme en la primera fila del crematorio y ver cómo el peque
fantasma en mi propia vida, una cáscara vacía que seguía los movimi
por ello. No frente a
staba habland
acía que había tenido durante meses después de la muerte de Leo. Confundió mi trauma con la vergüen
tratando de atra
calma condescendiente que usaba para tranquiliza
el salón de baile detrás de nosotros se abrieron de golp
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