Alejand

n verano en la Ciudad de México. El rostro de Justino estaba pálido, su boca ligeramente abierta.

na única y perfecta lágrima rodó por su

ctimismo. "¿Estás tratando de burlarte de mí? Después de todo lo que ha pa

"Sé que me odias. Sé que crees que estoy tratando de ro

nó al instante. Se desenredó de ella y se abalan

tro rojo y manchado. "¡H

scaleras antes, cedió. Grité cuando un dolor agudo y punzante me recorrió la pierna, y

ló en una neblina gris. El dolo

, su voz teñida del desprecio q

us ojos, pero Carolina dejó escapar otro sollozo delicado. Inmediatamen

jo, mirándome en el suelo.

a había decidido que su carrera era más importante que sus hijos y se había ido a una gira europea. Bernardo, con solo ocho años en ese entonces, había perseguido su

ollozaba y lo llevó de vuelta a la casa. Se había aferrado a mí, sus pequeñ

dedicación podían borrar la biología. Había c

ta habí

que se necesitó fueron unas pocas lágrimas de cocodrilo y una historia bien ensayada sobre las "presiones de la fama" y cóm

rudo, impersonal. Me llevó adentro, pasando junto a los curiosos boquiabiertos

esó un momento después con una bolsa de hielo envuelta en una

za. "¿Era eso necesario? Tus palabras pueden ser

eocupado por mí. Una pequeña y estúpida chispa de

las para socializar el resto de la fiesta? Los miembros de la junt

a y dura verdad. No le importaba que estuviera he

plana. Había terminado de ser encantad

ado, con una sonrisa perfecta en mi rostro, mientras las mujeres susurraban a sus espaldas sobre mi "pasado

ustia fingida. "¿Justino? ¿Está bien? Me siento tan terrible.

espondió Justino al instant

rezca que soy una mala madre. Como si hubiera abandonado a mis hijos. No entiende los sacrificios que tuve que

aje emocional. El miedo más profundo de los niños, el

pánico. "¡Mamá, n

lvada!", chilló Bernardo. "¡Papá, h

ara de furia. Ni siquiera me miró. Estaba demasiado

el tobillo", dijo, su voz cort

a Carolina y a sus hijos histéricos, lo vi en su

del camino. Finalmente podría tener la n

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