rtel de la Sierra. Mi único propósito era darle un heredero. Hoy, miraba
uería una esposa. Q
hé hablar con su hermana, Isabella. Estaban apostando
reguntó Isabella-. Una vez que
siguió fue pes
un susurro escalofriante-. Una yegua de cría solo
desechan. Violentamente. Cada caricia, cada sonrisa cal
o un hijo. Veía una
tablero entero. Saqué mi teléfono y llamé a la
extraña, hueca y firme-. Quisi
ítu
vista d
. Llevaba en mi vientre al heredero de Dante de la Vega, el jefe del Cártel de la Sie
atrimonio no era una unión; era un contrato firmado con sangre y sellado con las deudas de
una regla. Pero todavía no. No hasta que tuviera un plan. Mi tonta esperanza de que pudiera a
ficie era de mármol pulido o madera oscura, reflejando una versión distorsionada de mí misma: un fantasma en una jau
u voz, un estruendo grave que podía comandar e
firmó esta mañana
or supuesto que lo sabía. El doctor le inf
jer con veneno en las venas,
bastante en domarla. Y
de cualquier emoción. Sin alegría, sin alivio. So
-preguntó Isabella, su voz en
la sangre.
ó Dante, como si hablara del clima-. Si es niña
o por mi hijo. Por una vida que no era
de ella? Una vez que te dé el heredero, será inú
nte. Contuve la respiración, mi oreja pre
ante que yo sabía que estaba reservado para las sentencias de muerte-. U
el mundo del Cártel, las cosas que ya no
ozo. Esto no se trataba solo de un matrimonio sin amor. Se trataba de supervivencia. La supervivenci
crecer había sido una mentira. Cada caricia, cada
asas de esperanza. Yo era un peón en su juego, y la única forma
traba el número del contacto que mi amiga me había dado hacía mese
profesional respondi
Di
etrás de la cual mi esposo apostaba por la v
. El plan se activa. Necesito una nueva identidad y una est