a Herre
ez de pasada que mi madre en toda mi vida, trajo una bandeja de canapés. La conversaci
deleitaba con historias de su creciente fama: un posible acuerdo con una marca de maquillaje de lujo, una colaboraci
io, un fantasma no solo en for
n tan desesperados por asistir ya estaba en pleno ap
cupación, sino quizás culpa-
i para sí misma. Fue a la cocina y regresó con un pequeño postre
dor para ella -ordenó-. No quiero
ada. El gesto era demasiado insignificante, demasiado tardío, una actuació
mar el plato. Cuando lo alcanzó, Camila
te la mano de la bolsa de regalo q
madre estuvo a su lado en
e plata -gimió Camila, ac
n el dorso de su mano, una leve marca roja
eño fruncido en confusión-. ¿Quién te
pequeña y ornamentada caja de plata. La reconocí de inmediato. Era un estuche hecho a medida que us
lla? -preguntó, su vo
temblar. Sus ojos se llenaron de lág
. Debe haber olvidado que soy alérgica.
aire, venenosa y deliberada. *No lo
do lo que
volviéndose de un rojo intenso-. ¡Lo hizo a pro
-. ¿Después de todo lo que hacemos por ella, así es co
cilación, me condenaron por un crimen que no c
dre era una máscar
evarla a la clínica. Aho
a y, con un rugido de rabia, la arrojó contra la pared. Golpeó e
rabia que nunca le había visto dirigida a nadie má
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