cabeza. Estaba en una habitación de hospital. Gregorio estaba sentado junto a mi cama, con la
la emoción-. Estás despierta
ación en sus ojos se sen
enfermera, seguida por Jimena S
la aquí? -pregunté, mi
, interponiéndose e
eocupada. Te vio colapsar. Fue
levándose. Intenté sentarme, pe
a mi cama, su rostro una másca
esto. Por favor, déjame quedarme. So
tral. La mujer agraviad
petí, cada palabra un
on sus pequeños puños mi pierna, justo donde estaba insertada la
, su rostro torcido en un gruñ
ño hacia atrás. Pero sus movimientos fueron lento
atrayendo a Mateo a sus brazos-. No entien
tan audaz, tan descarada
el. Llamó a la enfermera, su voz aguda por el mando. Pero sus ojos seguían desviándose hacia la puerta, hacia
ero tensa. Gregorio le agradeció, luego se volvió hacia
te por agotamiento y deshidr
i voz temblando de
su tono apaciguador-. No tenía intenci
e yo tenía fiebre ahora me decía que una agresión física no era nada de qué preocuparse. La comprensión fue un golpe físico, un puñetazo en
. Era un despido claro. Lo oí suspirar, un sonido de frustración, antes de
guiente que supe fue que la puerta de mi habitación se abría
or una rabia que nunca antes había visto. Sus ojos
u agarre en mis hombros
regunté, mi mente nublada p
a dijo que fuiste la última en hab
s, el señor y la señora Thompson, irrumpieron en la h
anicurado apuntándome-. ¡No pudiste darle un heredero a Gregorio, as
re, selló mi destino. Llegó la policía. Fui acusada de orquestar el
suplicándole que viera la
es que nunca h
a una máscar
paz, Isabel. -Se volvió hac
eternidad. Reviví cada promesa que me había hecho. Te protegeré. Las palabras se burlaban de mí, resonando en
e irme. Mateo había sido "encontrado". Aparentemente se había alejado y
a. Gregorio me estaba esperando. Me atraj
rró-. Todo fue un malentend
regreso a nuestro departamento. Cuando entramos, Jimena est
o ella aquí? -preg
ñora Thompson, saliendo de la cocina. Su voz goteaba condescendencia-
imena, su voz pequeña pero firme, una clara
ras pasaba junto al sofá, el pie de Mateo se extendió, haciéndome tropezar. Grité al caer
nte en el mármol blanco. Los ojos de Jimena se encontraron con los míos, y vi un destello de
o que alguien llamara a una ambulancia. Mi visión se estaba volviendo borrosa, la habit
ba en silencio. Demasiado silencio. Estaba sola. Pres
e mi puerta. Gregorio
ella? -pre
da-. Perdió al bebé. Era temprano, solo ocho s
pa
morragia severa. Tuvieron que... tuvieron que re
Se había ido. Mi capacidad para tener otro, se había ido. Arrancad