clínica privada, una solución temporal hasta que pudiera encontrar una perm
de David y solicitar nuevos pasaportes. Tardaría una semana. Una semana para borrar a Alin
n la tierra donde quería estar, pero tenía que inter
de joyería, cada bolso de diseñador, cada regalo caro que Ricardo le había prodigado. Eran
a una nueva vida, para el tratamiento de David, para su libertad. Sintió una sombría satisfacción. Él había pagado por s
ro, acunados en un lecho de terciopelo desvaído, había un par de caballos de madera tallados a mano. Se los había hech
do genuinamente. La había mantenido en su mesita de noche durante un
en el fondo de un cajó
menea, arrojó la caja y observó cómo las ll
enmarcada a la sala de estar. Era su foto de compromiso, la que ella había hecho trizas en un ataque d
etido repararla y
lina -había dicho, con voz impa
el señor de la Vega quiere saber dó
peranza que ahora estaba muerta. El rostro de Ricardo, guapo y posesivo, su brazo envuelt
no todo el tiempo, susurrando y riendo con Karla, quien supuestamente estaba "coordinando la logística" desde la ofic
es en el marco y soltó un
nla -
o la miró,
eño
voz fría y clara-. P
que la mentira perfecta y sonriente fue