untar el millón de pesos que costaba
el preciso instante en que mi hermano dio su último aliento, Héctor estaba co
no era un emprendedor en apuros. Era el heredero secreto de un imperio multimillonario,
eta en una peligrosa carrera clandestina. Luego, saltó de la moto en movimi
ta para llevarla a ella al hospital. Más tarde, me ob
sufrimiento era mi propia culpa. Incluso exigió que me
s hombres más poderosos del país; un pacto para protegerme a toda costa. Ahor
ítu
no estab
al, una nota final y plana del doctor que puso fin a la sinfonía
a las
s, Héctor Herrera, estaba en una agencia de au
yo pagaba. Estaba puliendo el cofre del auto, una bestia plateada y relu
voz sonaba hueca, l
ando el metal brillante con un paño suav
oy -dijo, con un tono indiferen
rando que pudieran atravesar el grueso muro de su indi
ando el trapo sobre una mesa de trabajo. Me miró, sus ojos vacíos de
é. No co
Nada de gastos grandes sin discutirlo.
El pacto que hicimos mientras yo trabajaba en dos empleos para mantener su "s
do a veneno-. Eso es todo lo que habría costad
on desdén-. Una posibilidad remota. Y estuvo enf
veintid
se encogió
pagarlo. Fin
que solo estaba pasando por una mala racha. Pero mi mente estaba reviviendo una llamada que hab
rrera, el único heredero de la dinastía tecnol
preparatoria, Bárbara Lara, que estaba de vuelta en la ciudad. Lo compró con el dinero de nuestros ahor
comprensión horrible que amane
ro -dijo secamente, su voz fría
pregunté, el nombre sintiéndose
cerraron. No se m
esperanza, las interminables excusas que inventé
bía a
de mi abuelo, Alfonso Díaz, y una promesa que había hecho. Una promesa que involucraba a
a un hombre lla
eña caja del hospital, que contenía las pocas cosas que mi hermano había
a, un elegante convertible
loto, una mujer de cabello rubio y sonrisa arrog
Los miré
astidio, como si yo fuera un pedazo de basura
lo apreté la caj
itió, las palabras ahora un m
bara, su voz como un tintineo de cristales-. H
da cariñosa, luego volvi
guna porquería del hospital para
hacia adelante, fin
puede con un hombre con ambición. Algunas
de ella, un gesto de afecto qu
licaba por su atención. Pero ahora, no se
ón -dije, c
cieron sor
ctor -dije-. Es
casa, sin mirar atrás. Fui directame
nó. Era mi mej
z llena de preocupación-. ¿Después de c
lencio por u
? No. Iba a
, solo unos días atrás. Mi hermano,
frente a Héctor, ju
mas corriendo por mi cara-. Solo un mill
riba, su rostro una
-d
años -lloré-. Tiene to
ndose la vuelta-. Tengo un coche