iendo las ramas de los árboles como dedos esqueléticos contra los cristales. Luna leía en el cuarto de hué
ampoco parecía dispuesto a continuar la guerra - pero Luna sabía: un hombre como él nunca
éndose en el piso de abajo hiz
puso las sandalias y bajó
¿C
a resp
ilaba, revelando lo que quedaba de un vaso de crista
do junto a la s
a él, arrodillándose. -
los ojos entrecerrados. La respiración era irregular. Todo el
pulso - aceler
- Pasó los dedos por su rostro. - ¿
cabeza, pero la expresió
ella, empezando a actuar. - Demasiado org
siempre dejaba en la sala. Aplicó un ana
la de ruedas, usando la fuerza que había ap
os un poco - dijo, sudando mie
pero se
ón, Luna limpiaba la herida del labio y
- dijo ella, con rabia en l
l mundo - murmuró él,
o de hombr
nte demasiado lúcido. - ¿Crees que la silla de ruedas es lo que me destruye
imera vez desde que puso un pie en esa casa. Había dolor en sus ojos. Un
olor como escudo para no sentir nada más. Pero sabe una cosa, Caio Ventur
omo si quisiera prot
, Luna despertó tempr
cuarto de
ón se le
entado en la silla de ruedas, cubierto con
rcó, él no giró el
rac
rmón o por l
no ren
. Se sentó a su l
ento, no hacía fal