gada de electricidad. Miguel Ángel, presa del pánico por un instan
, gritó, su facha
usó el impulso de Miguel en su contra, empujándolo con fuerza. Miguel tropezó hacia
un gruñido bajo, "y te juro que no necesitar
ía ganar una pelea física contra Ricardo, que siempre había sido m
a me ama a mí. Cuando llegue y vea cómo te estás comportando, como un a
ue podía saborearla. Oh, Miguel. Si supieras lo
ir a quien quiera. Pero la fortuna de los Mendoza, la herencia de mi abuela, esa tiene un solo nombre escrito
sionar la confianza de Miguel. La herencia era el verd
de control y temiendo por la reputación de su tienda
ad que estaban cerca de la puerta. "¡Ustedes dos! ¡No se queden ahí parados! ¡Sáque
avanzar hacia Ricardo. Los otros clientes se apart
en", dijo, levantando una mano como un rey benevolente. "No es necesario usar la fuerza. Ricardo, primo, entiendo que es
ión, pintándolo a él como el razonab
borde de un lujoso sofá de cuero, observando a lo
inguna parte", d
r de su chaqueta. Por un momento, los guardias se detuv
su cartera. Y de su cartera,
locó sobre la mesa
con el brazo alrededor de una mujer mayor de aspecto amable
sonando en la tienda repentinamente silenciosa, "es Doña El
dejando que sus
único nieto y heredero universal. Esta boutique fue reservada bajo mi nombre y pagada
ias se detuvieron en seco. Y Miguel Ángel miró la foto, luego a Ricardo, con el