en silencio. Ricardo no volvió a mirarme ni una sola vez. Cuando terminé, cargué mis cosas, las ollas pesadas, el tanque de gas,
esta "fiesta". Así que caminé. Caminé por las calles oscuras de la Ciudad de México, con los pies adoloridos dentro de mis zapatos barat
ollas que se reventaron con la fricción de la caminata. Cada paso era una punzada de
o su banda tuvo una tocada importante en Garibaldi. Yo le había preparado comida para todos, la llevé en contenedores hasta la plaza, solo para que é
us futuras presentaciones", mientras yo me quedaba sentada en la mesa con las tías, sonriendo y dicien
te que yo: una audición, un ensayo, una oportunidad para Isabella. Y yo siempre lo había aceptado, siempre
seguro. Entré en silencio, esperando encontrarlo dormido. Pero no. Escuché voces desde
tores. Con este contrato, y los contactos que haremos, en un año serás una e
astidio. "¿También la vamos a llevar? No quiero que est
n viaje a Guadalajara, la cuna del mariachi, el
. Escuché a Ri
creerá. Siempre se lo cree", dijo con una ligereza que me revolvió el estómago. Luego, como si se acordara de
ma de dolor y agotamiento. Ricardo fue el primero en reaccionar, su expresión
hí parada como un fan
ó de arriba abajo, con una
icultad, vio mis pies ensangrentados. Por un instante,
ies? ¿Por qué no me esperast
de llevarme a ningún lado. Antes de que pudiera respo
ue no te podías quedar. Era una noche para profesionales, para
insoportable. Ricardo, como un pe
no te habría pasado. Siempre te digo que no te compres esas cosas baratas, pero nu
ción a culparme en menos de diez segundos. Era un maestro del e
cerrándose. Ricardo se había ido. Se había ido a dejar a Isabella a su casa, dejándome a mí, una vez más, sola, con mis pies sangrando y el corazón hecho