simple vista parecía común, pero que bajo el capó escondía la potencia de una bestia de ca
achoques trasero, tan cerca que Ricardo solo podía ver la arrogante parrilla del auto en su retrovisor. El
de Lucha Libre. Ahora era Ricardo Ramírez, el empresario, el dueño de "Imperio de Máscaras", la promotora de Lucha Libre más grande del país. Su imagen públ
a, señalizando con antelación, esperando que
veinticinco años, con gafas de sol de diseñador, una sonrisa burlona y el pelo perfectamente peinado. El joven lo miró, acele
precio puro. Levantó el dedo medio y volvió a
umillación pública, la falta de respeto descarada, todo estaba diseñado para provocarlo. Y estab
mpre le pedía que fuera discreto, que protegiera el nombre que tanto le había costad
nte, permitiéndole ver un detalle en el
igura de un halcón de plata, una réplica exacta del amuleto qu
es, lo r
eses, como regalo sorpresa por su cumpleaños. Ella había llorado de la emoción, le había dicho que era el mejor regalo de
ment
n frío glacial que le recorrió la espalda. La provocación ya no era de un desconocido
er que Ricardo acababa de conectar los puntos. Aceleró y
vez, la
do no
normalmente silencioso, rugió con una furia contenida
cto fue
Porsche quedó destrozada, convertida en un acordeón de fibra de carbono y aluminio. Elril. Mateo, aturdido por el golpe, se quitó las g
ncio, el corazón martillándole en el pecho, no por la adrenalina del ch
Porsche dando un
! ¡¿Sabes cuánto cuesta
de Ricardo, golpeando el
o! ¡Me vas a pagar hasta el últi
l hombre que se estaba acostando con su esposa, conduciendo el coche que él le
Iba a dejar que este payaso hablara. Iba a dejar que se enterrara solo. Querí
rabia de Mateo, supo que n