huesos. Durante semanas, los mejores doctores habían desfilado por la hacienda, pero todos se iban con la misma mirada de derrota. El imperio que había construido con sa
Miguel, su primogénit
ocasión requería, sino con una urgencia febril en los ojos. Ignoró a los hombres armados, a lo
cama de su padre. Y entonces, hizo a
s golpeando el mármol fr
ad
llino de emoción, una mezcla
esfuerzo, una chispa de vida t
dirte algo. Lo único q
máscara de preocupación. "¿Miguel, qu
leto, sus ojos fijos en e
. No la amo. ¡Amo a otra mujer! ¡La amo c
hombres de confianza se miraron entre sí, incómodos. Isab
le pareció recorrer su cuerpo marchito. Sus ojos, antes nublados, ahora ardían con una furia que todos en
siseó Don Fernando, su voz rasposa pero l
arse. "Don Fernando, po
po, y el doctor retrocedió
o por su propia pasi
n un club, un lugar humilde, pero ella... ella es mágica, padre. Es una
stuviera viendo a un fantasma,
un club de mala muerte?" La risa de Don Fernan
za política." Señaló a Isabella con desprecio. "No necesito al General Ramírez ni a sus hombres. La Luna tiene una fórmula
, su voz tranquila pero firme. "Miguel, por favor. Piensa en
ntorsionado por la rabia. Caminó hasta
r? ¡No me importa
bofe
la mejilla, donde una marca roja comenzaba a florecer. Pero no lloró. No gritó. Simplemente lo
dijo ella, con una calma que era más aterra