olvió más pesado. Terminé de limpiar los restos del jarrón, guardando
ofá. Miré el espacio vacío en la pared donde antes colgaba un cuadro
lo entendí con una
ar actuando en una obra de teatro, de
esas novelas románticas de internet, de
nitamente paciente. La que siempre perdona, la que apoya
un corazón de oro, destinado a la grandeza. Un hombre que, según el guion, me amaba profundame
cada portazo, cada objeto roto, era solo un obstáculo en nuestro camino hacia el inevitable final fe
tira má
e suelo frío, como este cansancio perpetuo, como este ciclo interminable de exp
ón. Se aprovechaba de mi estabilidad económica para financiar sus sueños, mientras me hacía sentir culpable por tener un trabajo normal en lugar de "vivir por el
experto. Y yo, su
a aparecer, insistentes, co
enses así. Tienes qu
el bar de siempre, sintiéndose
avorita cuando vuelva.
ón por haberlo
mpujaban en la misma dirección. Sacrifícate. Ce
do. El jarrón roto, la oferta de D
uería segu
vez, decidía que el protagonista era un i
encendió en mi pecho. Era débil, c