la infancia. La casa, que alguna vez fue un refugio lleno de los recuerdos de mi
a escena en la sal
ombro. Él le estaba pelando una mandarina, separando los gajos con una delicadeza que nunca había usad
a, tan doméstica, que se
ta de mi presencia. Estaban en
tá un poco ácida", dijo
la endulzo", respondió él en un
a roto, se sintió como si lo pisot
la ga
ardo dejó caer la mandarina. Sus rostros pasaron de la com
ardo, forzando una sonrisa.
í, mi voz plana. "Veo q
ó a abrazarme. Su abrazo
bueno que viniste!
eca, agitando el brazalete d
ue un regalo. De un
ban con malicia. Quería que yo supiera. Q
n parpadear. En lugar de mostrarme
o... común, ¿no crees? Lo he visto en muchas chicas.
vaciló. No era la r
de tomar mi mano. La retiré
ara", dijo, su ceño frunc
, Ricardo. Fue
tra, Leticia, bajó las escalera
e dignas a aparec
co", respon
a con una sonrisa radiante. "Mi niña, qué hermosa te ves. Ese brazale
que no se me escapó. Así que ese era el plan. Hacer pas
mpezó a decir Camila, per
re muy detallista. Está muy e
e cuya voluntad había sido erosionad
qué bueno que viniste. Tenemos que hablar del compro
era y asintiera como siempre
dad... para algunos", dije,
en la sala
el ambiente. "La cena se enfría. Ricardo, querido, acompaña a
en, no una
lla se deslizó dentro, lanzándome una mirada triunfante por encima del hombro. Ricardo cerró la puerta y
a trasera cerrada, mientras mis p
ó por el espejo retrovisor, su e
ajó la v
ce que no hay lugar para ti. Tend
sita, subió
oscuridad de la entrada, con el sonido d