añaban en un calor artificial, haciendo que las lentejuelas de su traje de baile brillaran como un millar de pequeños ojos. La música, una pieza de tango apasionada que había ensayado hasta qu
fía no
pezó a murmurar. Los murmullos crecieron hasta convertirse en un murmullo inquieto. Los jueces se miraron entre sí, frunciendo el ceño. En la primera fila, su madre, Doña Elena, se llevó una mano a
estaba a un lado del escenario, con una sonrisa ensayada de aliento que no llegaba a sus ojos. A su lado, Valeria Ro
ante, el mund
el fuego de su alma, ejecutando cada paso a la perfección. Ganó la competencia esa noche, pero su victoria duró menos de veinticuatro horas. Al día siguiente, estalló el escándalo.
"decepción" por la "falta de ética" de Sofía, mientras aceptaban el premio y la beca que le habían arrebatado. Su familia se hundió con ella. El pequeño puesto de tamales de su madre, que había financiado cada una de sus lecciones de baile, fue boicoteado. Su padre, un hom
ces, de
música de tango en sus oídos. El universo, en un acto de crueldad o de misericordia, le habí
ndola sin aliento. El sudor frío le recorrió la espalda. Era real. La traición, la rui
r su talento, una envidia que su madre, una mujer manipuladora y hambrienta de éxito, había alimentado sin cesar. Luego miró a Valeria, cuya vanidad y
anía. La gente gritaba su nombre, algunos con impaciencia, otro
to, Sofía tomó
a a b
r su juego. Si querían quitarle su sueño, que lo hicieran, pero esta vez, sería
inación tan dura como el acero. Vio la red de mentiras que la habían atrapado en su vida anterior, pero ahora
donar el tablero de jue
paso firme hacia el borde del escenario, tomó el micrófono de su pedestal y lo acercó a sus labios. El cor
finalmente, su mirada se posó en Ricardo y Valeria, q
u voz resonando clara y firme en todo e
ejando que la ten
mpetencia. Y del ba