nos con una rapidez que venía de años de práctica, envolviendo tamales en hojas de plátano y acomodándolos en la gran vaporera. A su lado, la pequeña Isabella,
e todo, siempre encontraban un motiv
sa después?" , preguntó Sofía mientras le p
nsancio en sus ojos se
i amor. Tu herman
on. Dejó de aplaudir y corrió hacia la orilla del puesto, mi
chocolate, mami!
vayas a cruzar sola" , le advirt
llino imposible de contener. Isabella dio un par de s
, gritó Sofía, s
nido que desgarró el aire festivo del mercado. Una camioneta negra y lujosa, que iba a una velocidad
r los aires y cayó sobre el pavim
l suelo, el vapor escapando de la olla volcada. Vio a la gente gritar y s
lo más profundo de su alma, y corrió hacia su hija. Sofía la siguió, co
el hijo del hombre más poderoso y temido del pueblo, el "Jefe" Morales. Miró a la niña en el suelo, luego a la
a de Isabella, sus man
despierta!" , sollozaba, mecie
azos, incapaz de procesar la escena. El cumpleaños
s con una deferencia que le revolvió el estómago. Le hablaban en voz baja, casi con respeto. Nadie le hizo un
por salvar la vida de Isabella. Elena rezaba en voz baja, aferrada a un rosario, con la mirada p
olicía para poner la denuncia formal. El ofi
te en el mercado. Ya
su voz firme a pesar del nudo en la garganta.
tezó y se reca
iña se le cruzó de la nada. Es s
io! ¡Ni siquiera le h
la miró c
es las cosas por la paz. Sabes quién es
or amargo en su boca. Salió de allí sintiéndose pequeña, invisible. La justi
Morales, el joven que había destrozado a su hermana, se prese
por dos hombres corpulentos, y mir
que vea que no soy mala gente. Tenga, para que le compre unos dulces a la
ó, el dolor en sus ojos se transformó en una furia si
se int
sucio. Queremos que pagu
e rio a c
lo. ¿Crees que un juez me va a hacer algo a mí? Mej
de su risa en el pasillo sile
n la mirada cuando Elena y Sofía pasaban. Un par de vecinas se acer
. "Entendemos su dolor, de verdad. Pero son los
a una sentencia. "No tienen un hombre que las defienda. Es mejor q
aban solas. El mundo entero parecía decirles que se rindieran,
sentía al borde del abismo. La desesperación era un peso que amenazaba con apla
s el último recurso, mi valiente" , le había dicho, con su voz grave y cariñosa. "Si algun
orosas. Dentro, sobre un trozo de terciopelo rojo, descansaba una medalla al valor de la p
metal; era el honor de su padre, su sacrificio, su legado. Miró por la vent
rse en su mente. Si la justicia no quería venir a s
necesario. Le mostraría al mundo la medalla de su padre. Les rogaría,
tiro en la oscuridad. Pero