rto." La frase era un eco macabro. Necesitaba pruebas, necesitaba entender el alcance de esa traición. Mi mente, adormecida por meses de
n trámite y mi identificación, me presenté como la prometida de Ricardo Mendi
pérdida, señorita. Fue
n los archivos y me entregó una carpeta. La abrí co
or, Mateo Ortiz, fa
do al Hospital General con heridas g
pre estaba ahí para nosotros, fue quien ocupó el ataúd que yo lloré. La mentira era aún más monstruosa de lo
a casa de Doña Elena. La conf
egunté, poniendo el pape
su rostro envejeció d
ja, es com
estaba muerto. ¡Intenté matarme, Doña Elena! ¿Usted sabía qu
n por sus mejillas.
dijo que cuidara de Camila. Ella estaba embarazada de Mateo, y él no quería
erto, abandonar a su prometida y fingir ser el padre
usurró ella, como si eso lo justificara t
cia que la anterior. Ricardo no solo me había engañado a mí, había profanado la memoria de
Yo lloré sobre esa caja de madera, besé la superficie pulida, le susurré cuánto lo amaba y que lo esperaría en la otra vida. La imagen ahora
tica. Una cirugía radical. Busqué en internet clínicas de cirugía estética de alta gama, discretas, de esas que
sulta, que un amigo, Mateo Ortiz, me lo había recomendado antes de su "viaje la
Mendiola, lo trajo. Pobrecito, quedó devastado después de lo de su
ndo. Y luego, con un clic del ratón, la simulación del "después". Era e
or es un artista. El señor Mendiola pagó todo en efectivo y pidió la máx
ido de la ciudad se convirtió en un zumbido ensordecedor. Las piernas me flaquearon y caí de rodillas en la acera. La gente pasaba a mi lado, mirándome con extrañe