boda. Faltaba exactamente un mes para el gran día. Vi el nombre en la pantalla: Doña
Elena, justo p
egular al otro lado de la línea, un sonido rasp
lena? ¿E
a, mi
empezó a latir con fuerza, un
Es Ricardo? ¿
hogado la interrumpió-. Tuvo un acci
ó y cayó al suelo. El mundo se detuvo. El aire
en? ¿En qué hospital está?
. No... n
No mi Ricardo. Nos íbamos a casar. Teníamos toda una
ieron y caí al suelo. No grité. No lloré. Solo sentí un vacío inmenso, un agujero negro que se abría
la vida dos veces. La primera vez, con un frasco de pastillas. La segunda, tratando de saltar de un puente. En am
aba a mi lado, me tomaba la mano, sus ojos llenos de una tristeza
uave y misteriosa-. Las cosas no siempre son lo que p
r la muerte del hombre que amaba? A pesar de su cariño, sentía que me ocultaba algo, que sus
era, mija
so decían todos. Fui a una pequeña cafetería en una zona de la ciudad que no frecuentaba, buscando
onces
misma forma de inclinar la cabeza cuando escuchaba. Pero su rostro era diferente. Era el rostr
an. Él le acarició el vientre con una familiaridad que me quemó los ojos. Sentí que el aire me faltaba. Mi taz
latiendo tan fuerte que temía que lo escucharan.
era una mezcla extraña, la cadencia de Ricardo pero
. La exnovia de Ricardo, su "amor platónico" de la preparatoria,
ospecha nada. Todos creen que Ricardo Mendiola está muerto. Aho
e la porcelana rompiéndose los hizo voltear. Sus ojos se encontraron con los míos. En esa mirada, en el pánico q
ado por una furia helada, una sensación de humillación tan profunda que me robó el aliento. No había llorado por la muerte del