calor que no lograba secar las lágrimas silenciosas de Xóchitl, cad
isa y oscura todavía parecía guardar el calor de l
e Luna, su pequeña hija que ahora ardía en
constante en su cabeza, un recordator
esperando vender el alma de su esp
on indiferencia, el guitarrón no era solo madera y cuerdas, era el eco de las
oneta negra, lujosa y amenazante, se detuvo bruscamente fre
res hombres, sus rostros duros y sus ropas
e", un hombre cuya reputación de cr
Jefe, su voz era suave pero cargada de venen
da del
azó más fuerte
ñor.
inó alrededor de ella como un lobo estudiando a su presa. "Qué falta de respeto, un hombre c
nero sucio" , respondió Xóchitl, su
una carcajad
a. "El amor no te va a comprar las medicinas pa
rió la espalda de Xóc
la, la desesperación rompiendo su
egría, llena de poder. "Y por eso, me lo voy a
con una fuerza brutal, Xóchitl gritó,
or, es todo lo
los dedos por las cuerdas con burla, pro
ándola directamente a los ojos, añadió: "Pero la
de sus hombres se quedó atrás un momento, se inclinó y escu
petar" , gruñó el hombre
la plaza, con las manos vacías y el corazón hecho pedazos