fotos en mi teléfono, no estaba dispuesta a ceder. Su rostr
rgada de escepticismo. "En estos días, con la tecno
idad de la multitud. Los murmullo
ía haberlas sacado de las redes sociales
a en una pesadilla surrealista, acusada de s
ninguna criminal. Soy su madre. Si no me creen, ¡llamen a mi esp
do. Aunque una pequeña parte de mí todavía sentía la punzada de inquietud
propuesta. Era una salida a la situación, una for
ose un paso más, su voz bajando a un susurro amenazante, "si resulta que usted está mintiendo, si la niña no lo reconoce a él o a
gar a dudas. Por un instante, el miedo me paralizó. ¿Y si
otra opción. E
z más firme de lo que
maré desde mi teléfono. Y traeré a l
. Pero tenía que arriesgarme. Le di el número de Ricardo. La profesora Elena se dio la
ndome con una mezcla de desprecio y curiosidad morbosa. Me sentía desnuda, expue
su lado, de la mano, venía una niña pequeñ
Pero no de alegría, sino d
ra m
ello castaño y los ojos color miel, como los míos. Se pa
pulmones. Un frío glacial
ora Elena con una dulzura for
zules, llenos de confusión y un poco d
rró. "No s
lpe final. Rompió la última pizca de esperanza qu
de angustia y desesperación. "¡Mi Ana no es así!
fesora, exigir respuestas, pero el guardia de segurida
esa no es mi hija! ¡Hay un
ón lógica, pero no había ninguna. Solo un abismo de confusión y ter
lena, su voz llena de una victoria som
contra el agarre del guardia. "¡
a. Los padres retrocedieron, como si esperaran que sacara un arma. En
nacimiento
Romero y Ricardo Martínez! ¡Aquí está su CURP, su fecha de nacimiento! ¡Y aquí," señalé con el dedo tembloroso
Elena se acercó con cautela y tomó el documento. Lo exam
arecían
na Martínez", el mismo nombre qu
s confusa y extraña. La gente me miraba ahora no como a una criminal,
o, más tenso, cargado de una nueva forma de sospecha. La duda
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