Desde niña, mis manos aprendieron a sentir la masa del maíz, a tostar los chiles sin que se quemaran, a escuchar el hervor lento de los guisos. Yo era
r, Isabella, nunca l
tuviera lejos del calor de los fogones. Por eso, cuando el día del Concurso Nacional de
ue todo
a, con una sonrisa extraña en los labios, entró a la cocina mie
a, ¿puedo
demasiado dulce. L
ha gustado esto. Además
poco. Quiero apre
anos, que siempre habían sido torpes con los utensilios, se movían con una gracia y precisión que ni yo misma poseía. Molió las esp
corrió mi espald
hillo. Yo era la favorita, la promesa culinaria del año. Pero Is
tillas ceremoniales. La especiali
escucharan. "Sofía lleva meses practicando para esto. Yo, en camb
Volteé a ver a mi abuela, que estaba entre el jurado. Ell
la prueb
e me deshizo entre los dedos. Pánico. Volví a intentarlo. La masa se pegaba, se rompía. Mi pulso se aceleró, un sudor frí
ía de su comal era perfecta: redonda, inflada, con el aroma exacto del maíz crio
enio!", escuché decir
mas en los ojos, se
ha estudiado, la que ha tenido a la mejor maestra. Pero creo... creo que se ha
e antes eran de admiración, ahora
sido arrancado de golpe. Intenté hablar, defenderme, pero las palabras no salían. S
í, su mirada
vergonzad
e un susu
l lugar en la escuela culinaria de élite e
No solo perdí el concurso, perdí mis recetas, mi
ó al oído, con una voz que solo yo pude e
hermanita. El sistema fu