unda que parecía que le habían dado un puñetazo en el estómago. Sus ojos iban de la carpeta azul al rostro sereno de
puerta del palco, con la espalda recta y la cabeza en alto. No miró a nadie, ni a la cara pálida de Carolina, ni a l
sentía una oleada de asco. Asco por todas las noches como esa que había soportado, todas las cenas de negocios, las fiestas,
Recordó las innumerables veces que le había dicho a Mateo cómo se
ono condescendiente. "Es parte del negocio. Tienes que estar
saba. No su rol, no su apoyo, su tra
ejor amiga, una exitosa abogada corporativa. La respuesta
por esto. Es el precio que pagas por la vida que tienes. Acostúm
empezaron a usarla como el blanco de sus bromas. Bromas sobre su ropa, sobre su "vida fácil", sobre lo que haría si Mateo la dejaba. Y Mateo n
beradora. Mientras escuchaba a Ricardo hacer una broma sobre si ella sabía siquiera cómo usar una
taba no era porque no tuviera un t
auta, él era quien les daba permiso para tratarla como basura. Y si el hombre que se había acostado a su lado
ando solo un residuo amargo de resentimiento y una f