confundidos, como si no hubieran entendido las palabras que acababan de salir de la boca de Sofía. Ella, por su parte, sintió una extraña calma, como si al
ra Mateo, se reía tan fuerte que su cara se puso roja, se sujetaba
n, Ricardo? ¡Mi mujerci
el palco se llenó de un coro de burlas y risotadas, era un sonido cru
vir? ¿De tus dibujitos?" se bur
a mitad de la casa de muñecas!"
s piernas y encendió un cigarro, exhalando el humo lentament
o lo que tienes, desde ese vestido que llevas puesto hasta el coche que manejas, es mío. Lo pagu
eal lamebotas, se inclinó hacia adelan
a. Si Mateo me pidiera que cague mientras doy vueltas sobre u
uando notó a una mujer sentada peligrosamente cerca de Mateo, una joven con un vestido rojo demasiado ajustado y una mirada calculadora. Se llamaba Valeria, y Mateo la había presentado como su nueva "asistente p
laro, una bofetada pública, una demostración de que Sofía era reemplazable, de que ya había otra en la fila, lista para ocupar su lugar. La