de la República, aceptó su destino. Se casaría con Miguel, el nuevo líder del cártel de Sinaloa, el hombre que una vez fue su
jaba marcas en su piel y un vacío en su alma. Sus manos eran ásperas, su cuerpo una montaña de músculos y poder, y en la oscuridad, Ximena se aferraba a la frágil creencia de que esa violencia era una forma torcida de amor, una dese
aba funcionando, que la paz
n se hizo añic
e, lideró a diez mil de sus sicarios en un asalto coordinado y devastador sobre la Ciudad de
igó a
a su padre, el Presidente, ser arrastrado a la plaza pública, desmembrado por hombres que reían mientras lo hacían. Vio a su herma
ser humillada por los sicarios, su ropa desgarrada, su rostro ensangrentado h
lvió hacia ella, sus ojos negros vacíos de toda
ime
susurro, pero cortaba má
ivaría mi corazón? ¿Que entregándote en
, saboreando s
os. Aniquilaron a los míos. ¿Y pensaste que con una
No había amor, nunca lo hubo.
utible del bajo mundo y, en la práctica, del país entero. Pronto, tuvo una nuev
da a una hacienda olvidada en el desierto, una prisionera sin nombre.
s guardias la encontraron y Miguel llegó al día siguiente. No le dijo nada. Simplemente ordenó a sus hombres que fueran a
itió el acto, esta vez con los restos de su hermano. El humo
él, su rostro una máscara de furia posesiva. "Tu
en una sombra, un cuerpo que respiraba pero que habí
hace años para salvarlo a él de una muerte segura. Un veneno que ningún médic
an solo t
finalmente hiciera su trabajo
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