ostenía una pequeña caja de madera en su regazo, sus nudillos blancos por la fuerza con que la apretaba. Era la caja donde guardaba sus pocas joyas, el anillo de bodas de mi abuelo, unos aretes d
s así", le dije en voz baja. "
za. Sus ojos se llenaron de lágr
niña", susurró. "Podemos vend
etendía. "Miguel necesita estudiar. Tú necesitas tu operación.
o la quemara. Ese gesto me dolió más que una bofetada. M
na astilla de hielo. "No quiero saber nada de ti. No quiero su dinero suci
a en la cama, a mis pies. Ni siquiera me miró. Caminó hacia la puerta y se d
bre, Elena. No para que te
que vendió su propio cabello para comprarme mis primeros zapatos de escuela. Esa mujer fuerte y amorosa me estaba dando la espalda, me estaba repudiando. La confusión y el dolor eran tan grandes que sentí que me ahogaba. ¿Por
la carretera principal, donde el coche negro de los Vargas me esperaba, los vecinos me miraban desde sus ventanas. Algunos con lástima, otros con una curiosidad morbosa. Escuché a alguien escupir al suelo cuando pasé. Alguien más murmuró: "Ahí va otra"