pesadilla. Un enjambre de reporteros y cámaras bloqueaba mi entrada. Los flashes de l
Es cierto que go
usted b
iaba a un ni
do de una sirena de policía cortó el caos. Dos oficiales
sto", dijo uno de ello
ido de llantas. Ella bajó, su rostro una máscara de dolor y ra
lándome. "¡Está tratando de esc
upliqué, mi voz rota. "S
tas a nuestro hijo y ahora tienes el descaro de negarlo! Eres u
e rompió. Mi visión se tiñó de rojo. Ignoré a los policí
l sonido sordo de mis nudillos contra su mandíbula fue extrañamente satisfactorio. Sentí un dolor agudo en
té, mi voz ahogada por la rabi
cima de él. Ricardo cayó al suel
e! ¡Estás loco!
ternura que nunca me había mostrado a mí, y mucho menos a nuestro hijo. Sus ojos estaban llenos de una angusti
, su voz temblando de furia. "Enciérren
as y me empujaban hacia la p
piensa en Juanito. Él te ne
su rostro endur
contigo, y ahora atacas a Ricardo, que solo intentaba protegerme. ¿Qué clase d
ruel que la anterior. Estaban construyend
l estómago. Se dirigió a los reporteros, co
dro odiaba eso. Lo llamaba 'raro', 'femenino'. Ayer, Juanito se puso uno de sus trajes para u
yado y fomentado, como el arma para condenarme. Recordé haberle comprado su último disfraz, la alegría e
nes de victoria mal disimulada. La puerta se cerró, y el mundo exterior se convirtió en un borrón de flas