a joven, con cara de no saber qué decir, le entregó a Armando una bolsa de plástico transparente. Dentro, estaban las pertenenci
, señor. Fue insta
n se lo quitaba? Sostuvo la bolsa con manos temblorosas, como si pesara una tonelada. El oficial dijo algo más sobre
intió una náusea violenta subirle por la garganta. Se dobló en dos y vomitó en las jardineras, un espasmo amargo que le sacudió todo el cuerpo, pero
arto y la luz de la luna que se colaba por la ventana iluminó algo sobre la cama. Era un traje de mariachi. Un traje nuevo, de tela cara, con bordados de plata que brillaban en la
con su ropa de trabajo humilde, en una motocicleta vieja y peligrosa, se superpuso a la del traj
el sol y el sudor. Armando la descolgó y la abrazó con todas sus fuerzas, hundiendo la cara en la tela, tratando de encontrar el último rastro del olor de su hijo. Y entonces se derrumbó. Un sollozo seco y
a escuchó tararear una canción de mariachi mientras entraba. Luego, su voz, alegre y un poco arrastrada por el
zo una pausa. "¿Armando? Ay, no te preocupes por él. Y
miseta de Juanito con más fuerza, las
pura farsa para que no me pida nada. Aquí la que manda soy yo. Todo lo que tenemos, tod
odrida que había sostenido toda su vida juntos. El aire se le escapó de los pulmones. Se quedó inmóvil en la oscuridad