a tortura: la mano de Ricardo sobre la cintura de Ana, la sonrisa plácida de ella, la respiración tranquila del pequeñ
s películas violentas, llenan la mente de impureza" . Recordó cómo él, como un tonto, había aceptado todo, creyendo que era por un bien mayor, por salvar su matrimonio. Y ahora veía la verdad: esas reglas solo ap
maleta. Empezó a meter su ropa de forma mecánica, sin pensar. Cada prenda era un recuerdo, una promesa rota
ruido. Ana y Ricardo se sobresaltaron. Ella se incorporó de inmediato, cubriénd
onoció como suya. Era la voz de un hombre que ya no ten
co en sus ojos. Pero fue solo un espejismo. Rápidament
¿Cómo que no? ¿Después de esto?
odo de purificación. Las leyes de mi fe son muy claras. Un divorcio ahora sería un
tó Gustavo, señalando a Ricardo, que seguía en la cama, ob
iseó Ana. "Vas a d
a, vistiéndose con una parsimonia irritante. "Creo que es mejor
neno en los ojos. "¿Ves lo que provocas? ¡Por tu culpa, un hombre bueno y su hijo inoce
culpable. Pero la imagen de ellos dos en la cama era demasiado poderosa. "Me da igual a dónde se vayan" , dijo, dándose la vuelta.
y dolor. Minutos después, escuchó que se abría la puerta. Era Ana. Traía en la mano un papel q
oy a firmar nada. Eres mi esposo, Gustavo. Y tu deber es quedarte a mi lado, apoyarme. Si intentas irte, me aseguraré de que todo el mundo sepa qué clase de hombre eres. Un hombre que aba
blica, su red de contactos y su supuesta devoc
él no reaccionaba, se le acercó y le dio una bofetada. El sonido resonó en el
o una mano encima. Ese golpe fue la última conexión que sentía con ella, y se rompió. La miró a
calma gélida. "No me importa lo
eran falsas, otra herramienta de su arsenal de manipulación. "No puedes hacerme esto, Gustavo" , sollozó. "Te necesit
errumpió él. Se levantó, cogió su
lida. "¡No te llevarás nada! ¡Todo lo que hay
firmeza, y salió de la habitación. Mientras bajaba las escaleras, la escuchó gritar su nombre, una mezcla de rabia y desesperación. Pero él