cama de hospital, Mateo dormía, su pequeño cuerpo conectado a un laberinto de tubos y monitores que pitaban con una monotonía aterradora. Su pierna, envuelta
n tirado en la calle como a un perro, riéndose desde su auto de lujo antes de desaparecer. Nadie se atrevió a
u cara era una máscara de compasión
dos no son buenos. Es un cáncer
cáscara que funcionaba con un único propósito: mantener a Mateo con vida. Asentí, con
é a preguntar, pero m
el tratamiento de in
plana. "Todo lo que tengo es
o en el cumplimiento de su deber hace años. Una miseria. Pero era lo único que nos quedaba. Lo miré, pensando en que esa cantidad apenas cubriría una noche más en este hospi
o pagarla. Con el cheque en mi mano, salí del hospital, mi mente corriendo a mil por
ntonces los vi. Los hermanos Valenzuela, recarg
con una sonrisa torcida. "La hermanita
corrió la espalda. Empecé a caminar
or me bloqueó el paso. "Oímos que necesitas lan
ón, solo queriendo escapar de sus voces, de sus risas. Corrí sin ver, con las l
y loción para después de afeitar. Un o
Era él. General
, mi primer amor. El hombre que me había prometido protegerme siempre. Ahora, me m
ta de cualquier emoción. Era un s
el de la Torre. La reconocí de las revistas de sociales. Su familia
ermanos Valenzuela me
intió el mayor, señalándome. "Dice que le debemos dinero por
Una pizca de duda. No había nada. Sus ojos me juzgaban, me condenaban sin ju
gente importante," le sugirió Isabel
a. Su silencio fue pe
habían robado el almuerzo. Alejandro, entonces un joven cadete, apareciendo de la nada. Los enfrentó, me defe
nas, los gritos. Una noche que lo cambió todo. Una tragedia que convirtió su