erilla en alto. Mi hijo cerró los
s! ¡Mátame a mí!" grité, las pa
ciló, miran
ella, con una sonrisa maliciosa. "Demuéstrale
ían acariciado mi rostro, ahora sostenían el instrumento de tortura
rró Leo, con u
egundo, vi a Máximo dudar. Sus ojo
a con una expectación febril. Y la duda desapa
el sonido. El grito agudo y desgarra
ores, sobresalían del pequeño pecho de Leo. La sangre
giró ha
llenos de una confusión y un dolor que
má.
última
s golpes rápidos. Las cintas de las banderillas se ag
os seguían cantando en algún lugar lejano. Pero mis hijos, mis be
e derrumbé, mi cuerpo convulsionando en el suelo polvoriento. El dolor era t