onfortante. Mis hijos, Leo y Sofía, reían en el asiento trasero, emocionados por la Fer
ía, sus ojos grandes y oscuros, iguales a
"Papá está terminando en la plaza, pero nos encontrará allí. Ya s
llegamos
ló la sangre. Intenté dar marcha atrás, pero otro coche bloqueó la salida. Rompieron la ventanilla, el sonido del cristal haciéndose añicos se mezcl
orizados de Leo y Sofía. Intenté gritar, decirles que mamá estaba aquí
jo dónde estábamos antes de que me quitaran la venda: una plaza de to
a con un traje de luces femenino hecho a medida que brillaba obscenamente bajo el
de madera que se usan para entrenar, sus pequeñ
un falso dulzor. "Qué sorpresa verte. Pensé que
nes resonando en el
de la gran corrida de esta noche. Y he pensado que
a mis ataduras, el pánico dándome
grité contra la mordaza, el s
Caminaba con esa arrogancia suya, impecable en su ropa de calle. Vio a Sc
y perezosa se di
ma que usaba para susurrarme palabras de amor por la noche. Se ace
se posó en mí,
a loca? ¿Alguna