oduc
ido, me llenaba de una falsa esperanza. Yo, Luciana Salazar, la genio detrás de la destilación y heredera de un imperio tequilero o
trozar mi mundo. Utilizó su belleza y nuestro apellido para socavarme, llevándole mis ideas simplificadas a
asistente, como si yo, la verdadera maestra, tuviera algo que aprender de ella. Las risas resonaron en el salón. Salí, el peso de la vergüenza aplastándome.
l bajeza? ¿Cómo pudo un amor tan puro convertirse en veneno tan
en esa celda. Ahora, solo quedaba la heredera implacable. Y la ven