a eran mi día a día, un engranaje más en
ebla gris me envolvió y la oscuridad me tragó po
entas por un mundo que ya no podía ver. Los años pasaron en la
reemplazaban mis ojos, escuché a dos voces familiares e
encargué de ello. Necesitaba una distracción,
que alguien pudiera hacer trampa en un examen, y el culpable se
o en mi espalda. Una, dos,
esp
icano para la mesa cuatro!", gritó mi jefe. Era el mismo día, veinte años atrás. Faltaba