tico fue devastador: necesitaba un
lvarlo, y dos días después, lo vi en la portada de una revista, s
ateo, mi amigo de la infancia, apareció como un ancla,
i dolor y gratitud ciega, acepté vivir en la jaula de oro que
de su propia boca: la muerte de mi abuelo no fue un rechazo, sino un corazón desviado por Mateo
oneda de cambio en una venga
que vivía, sino que comencé a trazar mi escape, d