no había pedido. El clima de esa mañana parecía querer burlarse de él, replicando el mismo aguacero que lo
s desde entonces, y sin embar
ido incapaz de borrar los b
la llegada de unos inversionistas. Agradecía ese silencio. Porque en esa habitación -la más lujosa del edificio, la que imponía respeto con
o oculto, camuflado por documentos legales y reportes financieros, Alexander guardaba algo que no tenía precio: u
as
erso... pero se detuvo a mitad de camino. Elías lo abrazaba desde atrás, con una sonrisa luminosa, y Alexander miraba a la cámara sin preocuparse por ocultar
titutrices y directores estrictos, se convirtió desde temprano en el estudiante perfecto: frío, disciplinado, intocab
ompartida, la 214 del ala
los ojos y se pe
ama, leyendo un libro de poemas franceses sin traducir. No lo hacía para impresionar a nadie; le gustaban los sonidos, los silencios de ese idioma q
erando -dijo,
Alexander, dejando su
pondió Elías, como si fue
do alrededor del deseo sin atreverse a nombrarlo. Pero ese día fue distinto. Ese dí
e aquí y heredes todo lo que el mundo t
nía un nudo en la garganta y un mill
méteme que aunque no podamos estar juntos, vas a recor
lo pr
ue lo p
ncla. Su oxígeno. Su
ente, la cama de
pasó. Solo rumores vagos: que su madre había enfermado, que un problema
ró, por primera vez en años, encerrado en el baño de aqu
a palabra. Sin una nota.
jamás volv
n tuviera tanto poder sobre él. Que nadie más lo haría sentir así. Que si te
abía permanecido congelado durante años. La llegada de Elías había abierto una grieta en su f
o era el
r era
había ido si
do? ¿Fue un
dó? ¿Lo
mismo papel de indiferente que Alexande
l rostro, molesto por
pasado. No ahora. No con Elías tan
mañana, con esa voz que aún sabía p
os, mordiendo el labio inferior igual que cuand
, simplemente
on una claridad
ía lo
más grande que había
enemiga. No un
que jamás pudo
ños, volvía a latir al rit