l viñedo de mi esposa. Me convertí en el "amo de casa", un fracasado a los ojos de Isabella y de nuestro hijo, Nico. Mi vida era una h
a Ricardo los mejores cortes y a mí, ni una mirada. Después, en la clínica, tras un incidente con Nico que Ricardo manipuló, Isabella, furiosa, me
ia era insoportable. Me preguntaba, ¿por qué? ¿Acaso mis sacr
una sonrisa cruel, lo destrozó contra el mármol, pisoteándolo una y otra vez. "¡Satisfecho, imbécil!", gritó. Recogí los pedazos rotos. E