l nunca ha sido mi aliada; me incomoda, irrita mi piel y me hace sentir vulnerable. Lo puedo tolerar
ueño no siempre me trae descanso. Las pesadillas me acechan, visiones fragmentadas de recuerdos distantes y rostros que se desvanecen antes de que pueda recordarlos por completo. Supongo que vivir tanto no es lo ide
alientes, dejando que el agua corra por mi piel, lavando las inquietudes que los sueños han
lles de Buenos Aires se convierten en mis compañeras. Me pierdo entre las avenidas y callejuelas, observando la vida que palpita a mi alrededor. Las risas de los niños, el murmullo d
envolvente. Los baristas ya me conocen y, sin necesidad de pedir, me traen mi café negro sin azúcar. Enciendo un cigarrillo de tabaco de vainilla y me siento en la mesa de afue
el café y el alcohol, esos vicios mundanos
s antiguas o libros olvidados en el tiempo. Otras veces, simplemente camino sin rumbo, de
ntes en las paredes. Me siento frente al ordenador y comienzo mis exploraciones en línea. Me fascinan las culturas antiguas, las civilizaciones que dejaron su
stigo. También, a lo largo de mi existencia, aprendí a tocar instrumentos de mi interés como el piano, la guita
n medicamento que me induzca al sueño. Sin embargo, no siempre es reparador. Las pesadillas vuelven, trayendo consigo ecos de mi
a observadora, una viajera eterna en un mundo que cambia constantemente.
ce y solo me queda el eco de mis propios pensamientos, es imposible evitar que los recuer
época, en otro mundo. Ana tenía 23 años, una joven llena de vida y sueños, con una risa que podía iluminar hasta el
filosofía, arte y los misterios de la existencia. Con ella, la eternidad que cargaba sobre mis hombros
mostraba las delicadas líneas de la madurez, sus ojos reflejaban experiencias y anhelos nuevos. Aspiraciones que yo
pudieran surgir. Pensaba que al protegerla de mi oscuridad, estaba salvaguardand
eza. Sus preguntas se volvieron más insistentes, y mi evasión solo alimentaba su desconfianza. La distancia en
onocía, que había partes de mí a las que no tenía acceso. Intenté asegurarle que nada había ca
resentimiento se instalaban en su mirada, comprendí que lo mejor que podía hacer era alejarme. Decidí desaparec
na con una expresión melancólica. Quise acercarme, tocar su mano y decirle la verdad. Pero el m
de enfrentar las consecuencias de mi confesión. Pero también sabía que mi existencia estaba destinada a ser solitaria. ¿Cómo p
pudiera llevarme a revivir ese sufrimiento. He construido muros para protegerme, c
iste. Temo repetir los mismos errores, lastimarla como hice con Ana. No quiero ser
scuridad, la eternidad, el permanecer al margen. Pero para ellas, para Ana, para Valeria,
mi parte desear estar cerca de ella, sabiendo que, tarde o tempran
ró encontrar la felicidad que yo no pude darle. Es un pe
de Val sin enfrentar las posibilidades. Por ahora, solo puedo prometerme