lido en la biblioteca como usualmente. Se fue a la última mesa a pesar de que todas estaban vacías porque ahí se sentía más seguro. Camin
taba lleno. Era de color pastel, un degradado rosa a azul y un estampado curioso: ratones blancos caricaturizados. Algunos usaban un traje
ía una not
seguir las horas marcadas, o si quieres tomarte
nía temprano a la escuela? ¿Cuándo puso eso ahí? No podía asegurar que él lo había hecho,
puede ser. No. No. No.» entr
con ese sabor. Para él, todos sabían a medicina y le daban un sabor traumáticamente nostálgico. ¿Conrad sabría que lo odiaba? Lo dudaba. Dudaba que se lo hubiera dicho o comentado a alguien, ¿a quién? En realidad habría sido un detalle amable
bía que no debía buscarlo, pero se impacien
s de su camión. Pudo distinguir el auto
él incómoda y melosamente en su hombro y Conrad sonreía, aunque para Damián aquella
se perdió en la carretera. D
os y recordó apl
que le quedaba una botella de clorofila, y maniobrar las dosis para tomarl
ás. Excepto cuando tal vez miraba a Conrad en él, no buscándolo, sino como accidente como a veces ocurría, entonces podía sentirse irónicamente seguro. Él había cumplido su palabra y nadie le había vuelto a tocar un pelo. Nadie había roto sus cosas ni había escuchado cuchicheos a su espalda. El doctor Hazel, preocupado, lo encontró una vez e
gradable clorofila. Pero sobre todo, durante catorce días, Conrad nunca apareció en la parada de autobús, pero aún nadie se hab