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Lionetta Salvatore necesita encontrar una solución. Y pronto. Con las deudas hasta el cuello y un hermano menor que cuidar, su trabajo como enfermera no le da lo suficiente para un sustento correcto. Hasta que Enzo, su mejor amigo, le da una opción: convertirse en la enfermera personal del famoso vinicultor Lorenzo Trovi. Y si ser enfermera del terco señor Trovi ya es un problema, el que aparezcan los nietos y futuros herederos en la finca se vuelve un infierno. Pero Lio tiene que soportar esto solo seis meses, ¿no? Solo tiene que soportar.
Maurizio me mira con lágrimas en los ojos, pero no derrama ninguna.
Su pequeña mano presiona la mía con fuerza, y yo lo entiendo, aunque no diga palabra alguna. Su cabello castaño se alborota con el viento y con la rapidéz con la que gira la cabeza para mirar a otra parte que no sea el cristal frente a nosotros, con un increible juguete de madera detrás de él.
"Vamos, Mau" le digo intentando sonar animada y para nada deprimida por negarle comprar un juguete "vamos a casa que te voy a preparar tu comida favorita"
Maurizio sólo tenía cinco años.
Cinco de los cuales sólo había pasado cuatro con nuestros padres.
"Está bien Lio" me responde con una voz entrecortada una ligera sonrisa en los labios. Él podría tener cinco años, pero yo podría jurar a que mi hermano menor ya se comportaba como un anciano de noventa. Él tuvo que entender muchas cosas de golpe. "Pero ésta vez yo quiero quedarme con todos los brocolis"
"Todos los que quieras"
Hace un año que André y Sofia Salvatore nos habían dejado a nuestra suerte. Nuestros padres habían tenido un accidente mortal en el auto. Nosotros, dormidos en la parte de atrás, a penas nos habíamos salvado de milagro.
Eran cosas que aún no podía decir en voz alta. Y la gente a mi alrededor, por más que presionara para hacerme hablar y "desahogarme", solo conseguían que mi corazón doliera y la rabia mal dirigida aumentara.
Maurizio había tomado el mismo camino que yo; si algo extrañaba con locura era la energía de mi hermano, igual a la de mi padre. Atento, caprichozo, quizá un poco de hiperactividad en un niño de cuatro. Ahora era todo lo contrario. Él entendía que un "no" era porque no había dinero para satisfacer algún gusto. Un "no" no era para marcarle un límite, era porque debía elegir entre completar la comida de una semana o comprar un juguete.
Eso, por encima del dolor de mis padres, el ver su rostro triste y aceptando la realidad, me partía el corazón por lo menos cinco veces a la semana.
Pero no todo era malo. Nuestros padres nos habían dejado una bonita casa de dos pisos, cómoda, con una vecina curiosa y una lavadora y carrera terminada, en mi caso.
"¿Cuándo vendrá Mónica a casa?" pregunta mirando sus pequeños pies enfundados en un par de tenis azul cielo, el último regalo que pude darle meses atrás. Mónica, por otra parte, era aquella vecina que cuidaba a mi hermano cuando yo debía hacer más tiempo en el hospital de Gambellara. "Me gusta cuando lleva a Eco a casa"
"¿Cómo puede gustarte ese gato grosero?"realmente, aquel gato me había dejado más cicatrices que el accidente del año pasado. Pero, al parecer, con Maurizio era diferente.
Mientras Murizio comienza a enumerar las razones por las cuales aquel gato le agradaba, abro la puerta de casa y una vez ambos adentro, comenzamos a hacer lo que cada domingo hacíamos sin falta. Si bien era cierto que Mónica a veces le cocinaba a mi hermano por gusto própio, y porque lo sentía como un nieto, según ella, ambos hacíamos comida para toda una semana. Así no corría entre el hospital, la escuela de mi hermano y de vuelta al trabajo. Además, mantenía mi cabeza activa, pensando cosas más productivas.
Mi hermano se sube al último banco de madera que papá le hizo; con sus mangas arriba de sus codos, el pequeño castaño comienza a lavar sus manos y las contadas verduras que vamos a comer.
Así se nos pasan dos horas, en silencio entre nosotros y sólo los utencilios de cocina funcionando.
Ya no había música de fondo como mamá acostumbraba, tampoco los chistes malos que papá hacía para hacer reír a carcajadas a Maurizio. Solo quedábamos los dos haciendolo todo sumidos en nuestros propios pensamientos.
Antes de terminar, mi celular suena y ambos damos un respingo por el susto. Mi pequeñp hermano me mira un tanto asustado y yo tomo el celular casi con miedo. Ya nadie llamaba a éstas horas. Pero enseguida me tranquilizo cuando veo el nombre de Enzo en la pantalla.
"¿Hola?" respondo casi cruzando los dedos para que su llamada no sea lo que pienso.
"¿Muy ocupada?" la voz ronca de Enzo Palmieri llena mis oídos. El hombre que he conocido desde que tengo memoria suena estresado.
"Sólo con mi hermano. ¿Estás bien?" de fondo podía escuchar las voces de todos los que se encontraban en el hospital. Gritos con indicaciones, gritos de dolor, llanto de impotencia. Conocía bien cada uno de ellos.
"Doctor Enzo, lo necesitamos en unidad de cuidados intensivos..." se escuchaba al fondo de todo el desastre del lugar.
"Lio, hubo un accidente de tránsito hace diez minutos, y el hospital más cercano es aquí"me explica apresurado. Puedo escuchar su respiración agitada al moverse por los pasillos, seguramente. "¿Crées que puedas venir para hecharnos una mano? nos falta personal. Un domingo en la tarde..."
Lo siguiente, para mí, solo son sonidos del doctor intentando convencerme de ir al hospital. Pero yo solo podía mirar a Maurizio, quien me devolvía la mirada con los ojos bien abiertos, esperando una noticia mala, mientras abraza un cucharón lleno de puré contra su pecho.
"Enzo, yo... Mónica no está hoy y..."
Detengo mi justificación. Mi hermano me toma de la mano, casi jalándome hasta su altura para decirme algo.
"Puedes ir Lio" su voz estaba llena de seguridad, pero sus ojos azules no me podrían mentir jamás. Él tenía miedo de quedarse solo aquí. "El tío Enzo te necesita"
Tío Enzo... El tío Enzo sabía que odiaba dejar solo a Maurizio.
"¿Lio?" escucho que dicho doctor habla más fuerte "¿Podrías venir?"
Mi hermano me toma de la mano, una sonrisa fingida pasa por su rostro.
"Ayudalos Lio. Nadie ayudó a papá y a mamá cuando..."
"Muy bien, no... tienes que decir nada más"lo detengo cuando veo que su rostro se enrojece por aguantar las lágrimas. "Sabes mi número de memoria. Sabes que Mónica llega a las diez de la noche. Puedo servirte algo de comer ahora pero no te metas a la cocina más tarde. Y..."
"Hermana" me detiene, casi empujándome lejos de la barra de comida"puedo cuidarme solo. Te llamaré si algo pasa"
Diez minutos más tarde, ya me encontraba en la puerta poniendome una bufanda y mirando recelosa a mi hermano. Aún faltaban cuatro horas para que mi vecina llegara.
"No tardaré nada, pequeño" le digo agachándome a su altura y pellizcando sus pálidas mejillas. "Ni te darás cuenta de que no estoy aquí"
Maurizio me mira con duda pero termina asintiendo despacio.
"¿No tardas nada?"
"En dos horas estaré aquí" espero "No le abras a nadie. Mónica tiene llave, así que nadie quien toque es ella. ¿está bien?"
Antes de cerrar la puerta, mi hermano me abraza con fuerza las piernas y un nudo en mi garganta se instala. Pero tampoco podía llevarlo a un hospital. No de nuevo.
"Muy bien" le digo antes de separarme y ver como entra a la casa de nuevo.
Lleno mis pulmones de aire y enseguida hecho a correr como loca hacia el hospital. Había tenido que vender el auto de papá para pagar la escuela de Maurizio para los próximos meses. No me arrepentía.
¨¨¨¨¨¨
Mis manos, manchadas de salpicaduras de sangre, parecen entumecidas por las últimas cinco horas cociendo piel, deteniendo sangre, vendando heridas.
Enzo tenía razón. Aquel accidente había sido aparatoso, pero nadía había muerto, de veinticinco personas. Veinticinco era un número grande para un pequeño hospital de éste lado de Italia. Además, era raro que los grandes accidentes pasaran por aquí.
"Lionetta" una mano grande me toma del codo para girarme y encontrarme con Enzo.
Enzo Palmieri era el hijo de un amigo de la familia. Ellos siempre se habían llevado bien con mis padres. Él, como hijo único, era el único amigo de la zona que había tenido por mucho tiempo. Él tenía veinticiete años de edad. Un año más que yo.
"Lamento haberte hecho salir de casa" se disculpa tocando su nuca, pero no puedo enfadarme viendo cómo sus ojeras, la palidéz de su piel bronceada se notaba y el cansancio hacía que sus bonitos hombros anchos y fuertes de encorbaran un poco hacia adelante. "¿Cómo está mi hijo?"
Sí, Enzo, desde que fue uno de los practicantes que recibió a mi hermano en este mundo, se había encariñado con él como si fuera su hermano. O su hijo, en todo caso, lo consentía como si fuera suyo.
"Lo... dejé en casa"
Sus ojos verdes se abren de más y enseguida mira su celular en un bolsillo.
"Son las once de la noche. ¿Mónica está con él?"
Mi estomago da un vuelco y tomo el celular de la chamarra que acabo de recuperar. Mis manos tiemblan de miedo. Y ahí está lo que temía.
""Hola cariño. Lamento no poder estar ahí. La visita a mi hermana se ha extendido más de lo planeado, no podré llegar hasta más tarde. Te enviaré un mensaje si llego antes que tú""
Sin esperar a que Enzo termine de leer el mensaje, hecho a correr de nuevo a la salida.
No me importan las miradas curiosas o los cuchicheos de las otras enfermeras. Mi hermano ha estado solo por cinco horas y Mónica no pudo llegar.
Antes de siquiera llegar a doblar la esquina, un auto se detiene frente a mi, sacandome un susto más.
"Sube, corriendo llegarás mañana"Enzo ya va bien despierto. Saber que Murizio a estado solo lo pone de los nervios como a mi.
Ésta vez sin rechistar, subo al bonito mercedes y trato de mantenerme tranquila. Pero eso, estaba muy lejos de ser realidad.
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