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Gabriel Spencer era un joven apuesto de veinticinco años, recién graduado de la universidad en leyes. Era víctima de un padre controlador que quería utilizarlo como sello de un negocio multimillonario con un matrimonio arreglado. En el intento por escapar de ese matrimonio, Gabriel le propone a Gwedorlyn Hughes, una hermosa joven de veinte años que trabajaba en la empresa de su padre, embarazarse de él y luego casarse, por una suma considerable de dinero. Esa relación sería un contrato de mutuo acuerdo del que nadie debería enterarse. Ese contrato los llevaría vertiginosamente, de lo que parecía el inicio de un amor a un odio desmedido. Gabriel al recibir la amenaza de su hermano Azriel de descubrir su mentira, tendría que evitar por todos los medios que ese contrato saliera a la luz, ya que pondría en riesgo no sólo su herencia, también el lugar que ocupaba en la familia. Pero esa unión también le traería consecuencias, las malas acciones de la familia de Gwen, lo alcanzarían y pondrían en peligro su fortuna y la de su familia. Al final, Gabriel deberá decidir si mantener su relación con Gwen vale la pena el riesgo.
El día comenzaba bajo una terrible tormenta, fuertes estruendos rompían el silencio del alba y a pesar de que ya comenzaba a salir el Sol, una luz cegadora por momentos envolvía el firmamento. Caían enormes gotas de lluvia, que pronto se transformarían en torrentes de agua que golpeaban las ventanas, mientras eran azotadas por el viento.
En su pequeño apartamento Gwendolyn Hughes, observaba por la ventana, sólo podía pensar en cómo llegar a su trabajo. Su jefa era muy exigente y reemplazaba a su personal con tanta facilidad como cambiarse de ropa interior. En realidad no la soportaba, su trabajo era agotador, pasaba todo el día repartiendo paquetes y correspondencia entre los cuatro pisos donde estaban instaladas las oficinas de la empresa para la cual trabajaba. Era una empresa de inversiones y de importaciones de productos VIP.
La lluvia seguía cayendo inclemente y Gwen con un té en sus manos sólo pensaba en sus cuentas, tenía un mes de atraso con la renta del apartamento, lo que ganaba apenas le alcanzaba para comer, pagar alquiler y para sus estudios, aunque esto último lo tenía un poco olvidado.
La familia de Gwen vivía en otra ciudad. Ella había decidido tomar distancia para alejarse de los problemas familiares. Su abuelo paterno había dejado una herencia considerable, pero al no dejar testamento, sus descendientes se la disputaban, entrando hasta en asuntos legales para obtener sus beneficios.
Gwen era una chica atractiva, recién había cumplido veinte años, su cabello era negro y liso igual al color de sus ojos. Era de descendencia asiática por parte del padre de su mamá. Gwen guardaba muy lindos recuerdos de sus abuelos maternos, todo lo contrario de sus abuelos paternos.
Por otro lado, alguien más también observaba la lluvia, Gabriel Spencer un joven de 25 años, rubio de ojos azul celeste, alto y de porte atlético, por su nombre y su físico, más de uno lo compararía con un ángel. Bastante presumido y de carácter despreocupado, tomaba café cerca de su balcón. Recién se había graduado de abogado y trabajaba con su padre, el cual llevaba su mismo nombre. Apesadumbrado observaba caer la lluvia, regresar a casa para él no había sido de mucho agrado, lo hacía obligado por su padre y por el interés de su herencia. Si, Gabriel era un joven algo superficial, que le gustaba disfrutar del dinero de la familia y de su posición. No era muy expresivo con sus sentimientos y las chicas para él representaban sólo diversión.
La familia Spencer tenía muy buena posición. Su padre dedicaba casi todo su tempo a hacer más dinero y su esposa Lisa veinte años menor que él, se entretenía gastando ese dinero. Sus padres se habían separado cuatro años atrás. Su madre Margaret, se casó otra vez con un antiguo socio de su padre y prácticamente no la veía. Su esposo era un hombre sumamente celoso y le negaba tener contacto con su ex y eso incluía también a sus dos hijos.
Era lunes muy temprano en la mañana y ese sería su primer día de trabajo con su padre en mucho tiempo, pero él no había regresado de su viaje, así que esperaba que cesara un poco la lluvia para ir a la oficina, aunque está demás decir, que con muy poco ánimo. Su mayor deseo era trabajar en un prestigioso despacho de abogados, hasta que su fama y prestigio lo hicieran convertirse en socio del mismo.
El problema es que ese era su sueño, no el de su padre. Allí se hacía lo que decidiera su padre por supuesto. ¿Qué cómo era posible?, muy simple, su frase favorita era: "Si no haces lo que te digo, tampoco obtendrás nada de mí", y por supuesto se refería a su herencia. Tenía una forma descarada aunque efectiva de mantener el control.
Por su parte su hermano Azriel, dos años menor que él, no era sometido a tanta presión por parte de su progenitor. Era un joven de similares características que Gabriel, aunque a diferencia de éste, se destacaba más en los deportes que en los estudios, por lo que muchas veces su padre no lo consideraba "apto" como él mismo decía, para continuar con el negocio familiar. Por lo que muchas veces lo liberaba de obligaciones, que por supuesto recaían sobre Gabriel.
Pasado algún tiempo, comenzó a cesar la lluvia y tanto Gabriel como Gwen comenzaron a prepararse para comenzar su jornada, por supuesto en sus respectivos hogares. Mientras Gwen trataba de no preocuparse por su retraso y rogaba a todas las entidades del universo no ser despedida, Gabriel desayunaba muy tranquilo y sin prisa, había llamado a su padre y esté se había retrasado un poco por culpa de la tormenta, así que no tenía mucho apuro.
A pesar de todo, Gabriel se preparó y salió con su chofer rumbo a las oficinas. Cuando estaban por llegar, la lluvia comenzó de nuevo. Así que entraron al estacionamiento y de allí para no mojarse tomaría el ascensor.
Por su parte, Gwen que ya estaba cerca, corría por la calle tratando de llegar al trabajo antes de que volviera a azotar otra terrible tormenta. Llevaba un bolso con algunas cosas para pasar esa noche en casa de su mejor amiga. Logró entrar al edificio, un poco mojada y después de saludar a Hans, que trabaja allí como portero y el cual tenía un marcado interés por la chica, se dirigió hacia el ascensor, con la buena noticia de que su jefa no había llegado todavía. Su amigo Hans le había confiado esa información para tranquilizarla.
Al abrir la puerta del ascensor, en él se encontraba un joven rubio y apuesto que la miró con curiosidad. Así que después de dar los buenos días entró y marco en los botones el número de su piso. Unos segundos después de que se cerrara la puerta y comenzaran a subir, se escuchó una fuerte detonación. Había caído un rayo cerca de allí y se desprendió una fuerte tormenta. A consecuencia del rayo se quedaron sin electricidad y el ascensor quedó varado entre dos pisos.
El joven que iba a su lado comenzó a llamar por teléfono, pero no tenía señal, al igual que ella trataba de llamar a Hans, pero tampoco tenía señal, aunque estaba segura que él no se olvidaría de ella. Su preocupación aumento al ver como aquel hombre se ponía impaciente, caminaba de un lado a otro y sudaba en exceso. Era evidente que tenía problemas con estar encerrado. Así que se decidió a hablarle para tratar de ayudarlo.
-Hola, mi nombre es Gwen, ¿Cuál es tu nombre?
-Gabriel, mi... nombre es Gabriel.
-No te preocupes, Hans sabía que iba subiendo, seguro reportara la falla y al encender la planta de emergencia saldremos de aquí.
-Si... tienes razón... la planta de emergencia... sólo debemos esperar un poco ¿cierto? -preguntó Gabriel, aunque en su voz se notaba el temor.
-Así es... ¿Por qué no te quitas el saco?, hace mucho calor aquí... y te sueltas un poco la corbata... creo que te sentirás mejor -aseguró Gwen con una sonrisa.
A pesar que Gabriel no le respondió, hizo lo que la chica le sugirió. Gwen tomó el saco de sus manos para sostenerlo mientras él soltaba un poco su corbata. El perfume de aquel hombre era seductor. Aunque pálido, su rostro era muy atractivo, parecía un ángel pensó Gwen, y al notar el temblor de sus manos, colocó el sacó doblado sobre su hombro, se acercó a él y lo ayudó con la corbata y abrió los tres primeros botones de su camisa. Luego tomó su mano y abrió de a uno los botones de sus mangas y se las dobló un poco. Luego le preguntó:
-¿Estás mejor?
-Si gracias -respondió Gabriel, que ahora fijaba su atención en la chica que aún estaba algo mojada, le pareció muy atractiva y luego añadió-: Disculpa... pero le tengo fobia a los lugares cerrados.
-Me lo imaginé, no te preocupes por eso, pronto saldremos de aquí.
Al poco tiempo las luces comenzaron a titilar y el ascensor dio un golpe y avanzó un poco, esto los alegró a ambos, aunque esa alegría no duraría mucho. Se volvió a cortar la electricidad y quedaron otra vez entre los dos pisos superiores. La respiración de Gabriel se veía muy agitada y su rostro algo desencajado.
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