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Clarisse Hamilton siempre había llevado cómodos grilletes, vivía atrapada en una jaula de oro. Secretamente anhelaba vivir emocionantes aventuras, deseaba ser la protagonista de su propia historia y no solo el complemento del cuento de hadas con final feliz de sus padres. Clarisse no es salvada por un héroe, se convierte en la debilidad de un villano que ha intentado aniquilar a su familia. Debes tener cuidado con lo que deseas, porque en el peor de los casos Morgan podría cumplir tu deseo.
Rangelberg, hogar, dulce hogar.
Oh, peculiar y jodido Rangelberg.
Un pequeño pueblo ubicado al noroeste de Oregón, en dónde los exuberantes bosques son casi tan abundantes como la aparente felicidad de sus habitantes. Clima templado pero agradable y días lluviosos que te hacen cuestionarte qué tan sombría puede ser una noche.
Algunos habitantes del pueblo eran realmente singulares, escondidos entre los pobladores se encontraban seres que desafiaban a la naturaleza e inclusive la lógica o razón. Eran llamados brujos, demonios sangrientos, criaturas viles que solo sabían matar. En un lugar tan pequeño, las actividades de ocio están muy limitadas. El pasatiempo favorito de los residentes suele ser inmiscuirse en las vidas ajenas, mantener las apariencias y perjudicar la respetabilidad de otros.
Durante mi vida había sido tratada de manera diferente a causa de mi padre, no cumplía con las cualidades de mi madre y terminé por sentirme fuera de lugar al darme cuenta que nada me distinguía del resto. Era imposible que las personas miraran más allá de los rumores que manchaban con sangre el apellido Hamilton, no era un secreto que la antigua relojería no proveía el estatus o la fortuna familiar, por lo que nunca perdían la oportunidad para comentarlo.
Un gran día para rememorar, mi primer día de escuela, tan sólo era una niña deseosa de poder jugar con alguien por primera vez pero nadie quiso jugar con el monstruo de luz. Un cruel apodo que me pusieron en preescolar, ¿qué podría resultar de la combinación de un demonio y una inocente víctima?
No logré encajar en los habitantes con vidas perfectas, en mi afán de pertenecer a algo acepté el cuento de amor que habían creado para mí. Una romántica historia en la que finalmente aceptaba ser la novia del hijo del alguacil, desvaneciendo la tensa relación en nuestras familias.
El gran día del baile de graduación había llegado, ajusté mi vestido y me di un último vistazo al espejo antes de bajar presurosa. Mi padre me advirtió que resbalaría por las escaleras, pero fue mi madre quien me acaparó una vez que estuve en el recibidor.
-Mamá, deja mi cabello, por favor -susurré apenada.
Ella no dejaba de intentar peinar mi cabello castaño por enésima vez, negó con la cabeza cuando un mechón renuente apareció.
-Vamos, sólo quitaré este pequeño problema de aquí -dijo pasando un mechón detrás de mi oreja.
Miré a mi padre en busca de ayuda, aquella mirada con ojos de cachorro triste que nunca fallaba con él.
-Isabelle, querida, déjala -intervino mi padre, con actitud sofisticada y sonrisa simple-. Ella desea salir en su foto de graduación con ese nido en su cabeza.
-Magnus -regañó mi madre.
Me dirigió una sonrisa de disculpa, encogiéndose ligeramente de hombros. Escuché golpes en la puerta, la aldaba de metal en forma de cabeza de león provocaba un sonido más alto y añadía un toque melodramático a la situación.
-Seguro es Alexander, yo abriré -escapé, alzando mi vestido para no tropezar.
Al abrir la puerta me encontré con un chico alto, sus ojos color avellana casi se cerraban debido a su sonrisa. Alexander Miller estaba del otro lado del arco con un ramo de rosas, pasó una mano por su cabello oscuro e impecable.
-Te ves muy guapa -dijo tímidamente.
A pesar de que nos conociéramos de toda la vida, él seguía sonrojándose cuando estábamos juntos. Era un gesto que siempre me había provocado ternura.
-Gracias -sonreí.
-Déjenme tomar una foto -dijo papá capturando el momento.
Rodé los ojos al escuchar el flash de la cámara, no era una gran fanática de las fotografías.
-¡Papá, basta!
Mi padre observó a mi madre, había una sonrisa de complicidad entre ellos. Los miré recelosa al notar que parecían esconder algo más, algo nuevo, para variar.
-Necesito documentar este día -dijo en tono alegre, poco usual en el patriarca Hamilton.
-Señor Hamilton, Isabelle, buenas noches -saludó Alexander.
La sonrisa de Alexander era cordial, encajaba con su aspecto de buen chico, digno de la ejemplar familia Miller.
-Te ves muy apuesto en smoking -halagó mi madre con una sonrisa.
Miré detenidamente a mi novio, mi madre tenía razón, se veía muy apuesto y elegante.
-Acérquense más -dijo papá con la cámara cubriendo casi por completo su rostro.
Resoplé con exasperación, pero me acerqué obedeciendo, él tomó mi cintura y sonreímos para la fotografía.
-Listo, esta es buena -sonrió complacido.
Por un momento sentí la mirada del pelinegro sobre mí, no era incómodo, pero demostraba tanto amor que era sofocante. No entendía cómo era posible que alguien pudiera amar de esa manera a tan corta edad.
Pude observar que se formó una sonrisa de disculpa en sus labios, lucía ligeramente apenado.
-Oh, casi lo olvido, son para ti -dijo entregándome las flores.
Sonreí ante su pequeño descuido, las tomé impregnándome del delicado aroma.
-Gracias, son preciosas.
Un suspiro de ternura se escuchó, mis mejillas comenzaron a tomar otra tonalidad al ser consciente de que mis padres estaban tomando detalle de todo.
-Mi pequeña, ha crecido tan rápido -dijo mi madre conmovida por la escena.
-Pareciera que ayer aprendía sus primeras palabras -continuó papá abrazando a mamá con su brazo libre.
-¡Oh, miren la hora! -fingí tener un reloj-. Vamos muy tarde.
Mi padre sacó su reloj de bolsillo de manera automática, negó con la cabeza al entender que el tiempo era sólo un pretexto. Le entregué las flores a mi madre y le di un beso en la mejilla como despedida.
-Los acompaño a la entrada -se ofreció mi padre.
Papá nos llevó a la puerta y sospeché que nos daría advertencias, como cada vez que salía con el intachable hijo del alguacil.
-No te quiero tarde ni ebria, Clarisse.
Asentí a pesar de que sabía que tal vez no cumpliría su primera advertencia.
-Sí, papá. Lo sé.
Esta vez su mirada se posó sobre el pelinegro, sus ojos se volvieron oscuros por el poder contenido y su semblante adoptó completa seriedad.
-Confío en que eres un chico respetuoso, sin embargo, me veo obligado a advertirte -dijo de manera severa-. Si acaso intentas sobrepasarte, entonces yo sobrepasaré la ley.
-¡Papá! -chillé molesta.
Alexander continuó apacible, aquellas palabras no parecían sorprenderle en absoluto.
-Confíe en mí, señor Hamilton. Soy el más indicado para cuidar de Clarisse -dijo Alexander con una sonrisa.
Cualquiera hubiese pensado que sólo eran advertencias vacías, las mismas que hace un padre sobreprotector al primer novio de su hija, pero no lo eran. Ambos sabíamos que mi padre hablaba de manera seria, para Alexander no era un secreto su naturaleza mágica.
-Eso espero, Miller -sonrió, recuperando su buen humor-. Diviértanse.
Rodé los ojos y abracé a mi padre, dándole un beso en la mejilla.
-Nunca vas a cambiar, papá -dije alejándome, pero sin romper el abrazo.
Acarició mi cabello, mirándome con genuino cariño.
-Sólo quiero proteger a mi pequeña princesa.
Reí ante sus palabras, me enternecía hasta cierto punto que fuese tan cariñoso. La imagen que mantenía distaba mucho de lo que realmente era mi padre, ninguna persona en Rangelberg lo creería.
-Ya tengo la mayoría de edad -me quejé-, soy un adulto.
-Siempre serás mi niñita y te voy a proteger de todo. ¿Has escuchado, Miller? Es sólo una niña -agregó en voz alta.
Reprimí una sonrisa y negué con la cabeza, tomando a Alexander del brazo. A veces sentía que mi padre era demasiado cuidadoso conmigo, pero él tenía muchos enemigos y era justificable su desconfianza.
-Ya vámonos -dije arrastrando a mi novio-, papá a veces exagera que seas un año mayor.
-Adiós, señor Hamilton -se despidió Alexander con rapidez.
Nos alejamos de la casa y me abrió la puerta del carro, haciendo muestra de su caballerosidad. Suspiré antes de colocar mis manos en su pecho, acariciando las solapas de su saco.
-Lo lamento, ya sabes, por la amenaza de muerte -dije apenada.
-Tranquila, no es la primera vez que me lo dice -negó con la cabeza riéndose por lo bajo.
Siempre había sospechado, pero ahora lo confirmaba, no me sorprendía ni un poco.
-No creo que lo vaya a hacer de verdad, quiero decir...
-Sí -me cortó-, mi padre se casó con una bruja. Me siento seguro respecto a nuestra relación, el demonio de Rangelberg no me atemoriza.
Me tensé al escucharlo, Alexander notó al instante que había hablado de más. Usualmente solía ignorar cuando las personas hablaban sobre Magnus Hamilton, pero que lo hiciera mi novio, eso sí me afectaba.
-Es conveniente que seamos pareja -susurré.
Ambos éramos conscientes de que nuestras familias tenían una relación complicada, eso tenía décadas, inclusive años antes de que naciéramos. Al principio la madre de Alexander se negó a aceptar nuestro noviazgo, qué decir de papá que había enloquecido al saberlo.
-Amor, no quise decir eso.
Bajé la mirada con la vaga idea de lo que él pensaba sobre mi familia, asentí con lentitud dispuesta a fingir que no me afectaba su comentario. En su lugar, sonreí de lado con cierta arrogancia.
-He escuchado cosas peores, Alex. Tendrás que ser más creativo.
El pelinegro negó con la cabeza, sonrió a sabiendas de que yo no tenía remedio.
-Bueno, eso también es cierto -agregó.
Subimos al auto y nos dirigimos a la preparatoria de Rangelberg, dónde sería el baile de graduación. Durante el trayecto por el pequeño pueblo, me permití hacer una amplia remembranza de mi vida. El conjunto de imágenes que se superponían una sobre otra, se reducía a momentos felices que me esforzaba por mantener presentes antes que otras situaciones desagradables por las que había pasado.
Mis padres eran encantadores a pesar de que les gustara avergonzarme constantemente, tenía un novio que la mayoría del tiempo era una dulzura conmigo, había pasado mi examen de conducir y existía la promesa de un automóvil nuevo. Se suponía que debía sentirme la chica más afortunada en Rangelberg, pero, ¿cómo podría seguir ignorando las miradas de reproche que todos me dirigían?
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