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Mi nombre es Micah y tengo once años, pero para mí, es como haber nacido de nuevo. La vida como la conocía dejó de ser la misma, antes me asustaban los cuentos de monstruos que me contaba mi abuela, ahora sé, que eso no es real. Porque aquellos seres no se comparan con lo que mis ojos me muestran a diario, los monstruos existen, y no están dentro de los libros o escondidos en las sombras esperando a su próxima víctima. Ellos caminan junto a nosotros, dentro de tu casa, de tu escuela, de tu lugar de trabajo, ocultos bajo la piel de quién menos te lo esperas.
Mi nombre es Micah y tengo once años, pero para mí, es como haber nacido de nuevo. La vida como la conocía dejó de ser la misma, antes me asustaban los cuentos de monstruos que me contaba mi abuela, ahora sé, que eso no es real. Porque aquellos seres no se comparan con lo que mis ojos me muestran a diario, los monstruos existen, y no están dentro de los libros o escondidos en las sombras esperando a su próxima víctima. Ellos caminan junto a nosotros, dentro de tu casa, de tu escuela, de tu lugar de trabajo, ocultos bajo la piel de quién menos te lo esperas.
Era un día normal de clases cuando por accidente perdí la vista, fue culpa mía, pero a mi edad uno no piensa en las consecuencias de sus actos, uno simplemente se deja llevar por lo que tus amigos te dicen. En clase de física no me explicaron que jalar de un cable con corriente podría ocasionar una pequeña explosión, lo suficiente como para dañarte las corneas, y dejarte ciega por el resto de tu vida. En los dibujos animados siempre que lo hacen, el resultado es bastante obvio, pero en mi caso lo que ocurrió, fue que el cable conectado al enchufe se encontraba en malas condiciones y cuando tire de éste, los polos se juntaron provocando una chispa.
Pero no todo eran malas noticias, el médico de turno les explicó a mis padres que con un trasplante era posible recuperar la vista por completo, o al menos en gran parte. Así que me programaron la intervención quirúrgica unos días después; un martes por la tarde, empezó mi cirugía y el principio de todo lo que contaré. Hasta ese entonces lo único que podía ver era un arcoíris cambiante, creo que esa sería mi definición más clara que puedo dar sobre cómo percibía el mundo mi vista. Por momentos veía una nube, por otros el humillo de un cigarro, que se iban alternando por los colores azul, verde, amarillo, rojo...
Eran las tres con diecisiete de la tarde cuando me encontraba tumbada sobre la mesa de operaciones ¿Cómo lo sabía? Pues porque lo escuche decir a uno de los médicos presentes en la sala. Perdí la facultad de ver, no de oír.
Perdonen mi actitud, a veces se me olvida ser amable con los demás, como siempre me dice mi madre, aun cuando mi padre me agarra a golpes por sacar una mala calificación; es por mi bien, dice él. Pero bueno, ya les contaré sobre eso después. Continuando con mi operación, no estoy segura de cuánto tiempo estuve dormida, lo único que recuerdo luego de despertar, fue que las nubes de colores se habían ido, y en su lugar quedó una oscuridad total, de esas cuando te tapas con la cobija de tu cama para que no te pique algún mosquito.
Al cuarto día después de mi operación, regresé a que me quitaran las vendas, mis padres estaban más nerviosos que yo, quizá por ser joven me tomaba la vida con más relajo, o quizá no entendía lo que era no volver a ver nunca más. Lo cierto es que era tiempo de saber qué pasaría con mi vista, si la recuperaría o no.
Lentamente fueron desenvolviendo las vendas de mi cabeza, dejando ver el algodón y las gasas sobre mis ojos, al removerlas, sentí una luz intensa caer sobre mí, no puedo describir cómo me veía exactamente, pero apuesto que tenía legañas, las podía sentir pegadas a la parte inferior de mis ojos. Me lavaron para quitármelas, y luego me dijeron que tratara de abrir los párpados lentamente. Y así lo hice, fue un momento único, vi a mis padres, y a los médicos con mucha nitidez, nunca había visto el mundo con tanto color, con tanta vida, sin embargo, mi felicidad duro poco, se perdió como el aroma de un perfume que se pierde con el viento. La sonrisa en mi rostro desapareció, y en su lugar quedó la incertidumbre, y el miedo, mucho miedo. Sé lo que están pensando, y sí, tienen razón, aquello que vi acercándose en dirección hacia mí, fue el primero de muchos que vería: «Un monstruo».
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